capítulo cuarenta y nueve

1.1K 38 3
                                    

Tris
El suero de la muerte huele a humo y a especias, y mis pulmones lo rechazan con el primer aliento. Toso y escupo, y la oscuridad me traga.
Caigo de rodillas. Es como si alguien hubiera sustituido toda la sangre de mi cuerpo por melaza y los huesos, por plomo. Un hilo invisible tira de mi, me arrastra hacia el sueño, Pero quiero estar despierta. Es importante que quiera estar despierta. Me imagino esa intención, ese deseo, ardiendo en el pecho como una llama.
El hilo tira con más fuerza y yo alimento la llama con nombres: Tobias, Caleb, Cristina, Matthew, Cara, Zeke, Uriah, Shauna.
Sin embargo, no aguanto el peso del suero. Mi cuerpo cae de lado, y mi brazo herido se aplasta contra el frio suelo. Me voy......
《Seria agradable alejarse flotando -dice una voz en mi cabeza-. Ver adonde iré...》.
Pero el fuego, el fuego.
El deseo vivir.
Todavia no a terminado, no.
Es como si excavara un túnel traves de mi mente. Cuesta recordar por qué he venido y por qué debería deshacerme de este peso tan agradable. Entonces, mis manos lo encuentran: el recuerdo del rostro de mi madre, los extraños ángulos de sus extremidades sobre el pavimento y la sangre que manaba del cuerpo de mi padre.
《Pero están muertos-dice la voz-. Podrías unirte a ellos》.
《Murieron por mi》, respondo. Y sé que tengo algo que hacer a cambio: tengo que evitar que otras personas lo pierdan todo; tengo que salvar a la ciudad y a la gente a la que mis padres amaban.
Si me voy para reunirse con ellos, quiero llevarme conmigo un buen motivo, no esto, esta forma tan absurda de derrumbarse cuando me queda tan poco.
El fuego, el fuego. Arde con furia dentro de mi, primero es una fogata y después un horno, y mi cuerpo es su combustible.
Lo noto recorrerme, consumir el peso. Ahora nada puede matarme, soy poderosa, invencible y eterna.
Noto que el suero se me apaga a la piel como si fuera aceite, pero la oscuridad retrocede. Apoyo la palma de una mano en el suelo y me doy impulso para ponerme de pie.
Doblada por la cintura, empujo las puertas dobles con el hombro, y las puertas chirrian sobre el suelo al romperse el sello.
Respiro aire limpio y me enderezo.
Estoy aquí, estoy aquí.
Pero no estoy sola.
-No te muevas-ordena David, levantando su arma-.
Hola, Tris.

"siempre hay esperanza"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora