El Deseo

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Una vez pedí un deseo. Quise volver a empezar, y en cierto modo lo conseguí. Pero al parecer venía con una maldición.


Hoy las enfermeras me han dicho que mi madre parece recuperarse a pasos agigantados a pesar dela dura enfermedad que posee, parece que remonta posiciones en una carrera que no va a ganar nunca. Pero mientras ella siga corriendo, yo estaré a su lado.


- ¡Hola mamá! - Digo al entrar en la habitación del hospital. - ¿Qué tal estás hoy?


- Dani, hijo... Estoy muy bien, ¿y tú? - Responde mi madre recostada en una camilla con un fuerte vendaje en la parte superior de la cabeza con algunas heridas y hematomas en su rostro.


- Bien mamá. Te he traído unas flores. - Sorprendo a mi madre al sacar de mi mochila un gran racimo de rosas blancas.


- Oh... Dani... no tenías porque hacerlo...Te habrán costado mucho.


- Tranquila mamá, ya sabes que con el sueldo de repartidor puedo permitirme algún que otro regalo para ti... - Digo antes de entregarle las flores.


- Por cierto, ¿Qué tal estás hoy? - Pregunta ella mientras busca un sitio donde dejar el gajo de flores.


Entre vuelta y vuelta, consigue ver un gran jarrón de agua turbia sobre la mesilla cercana a su cama, sujetando lo que eran antes unas bellas flores.


- Oh. Mira, es un sitio fantástico para dejar las flores. Pero hay quitar esa porquería, no se quien habrá dejado esa marranada hay... - Dice mi madre algo indignada.


- Déjame, yo me encargo.


Cojo el recipiente y lo llevo al cuarto de baño dentro de la propia habitación. Vierto todo el agua por el lavabo y tiro los disecados tallos ennegrecidos a la papelera.


- Ves, ya esta mejor. - Digo al traer de vuelta un jarrón de agua nítida.


Tras colocarlo en su sitio nuevamente, me siento en la silla próxima al ventanal de la sala, dejando apoyada mi mochila en una de las patas.


Esta vez, algo más decaído y serio, trato de volver a iniciar la conversación. Una, que llevo mucho tiempo repitiendo.


- Ah... ¿Recuerdas el accidente? - Pregunto cabizbajo apoyado en mis rodillas. Cruzado de brazos.


- ¿Accidente?


- Si... Por eso estas aquí mamá. Por eso tienes esas lesiones.


- No, creo que no me acuerdo. ¿Qué sucedió?


- Íbamos en el coche, camino de ir a casa desde la ciudad. Sucedió a finales de agosto, y estábamos hablando de mis futuros estudios o trabajo. - Agarro mis manos con fuerza y doy un largo trago de saliva antes de continuar.


- Pero... yo no quería hablar sobre aquellas cosas. Supongo que era incapaz de afrontar tantas responsabilidades para las que no estaba preparado con mis 20 años, pero tú solo insistías en que debía empezar a madurar; en que debía de empezar a hacer algo con mi vida.


Yo solo quería revivir todo lo que había vivido hasta el momento. No quería crecer más. Simplemente, no podía.


Pero eso solo nos llevó a una discusión que poco a poco incrementaba de tono e intensidad. Subió tanto, que no fuimos capaces de ver el coche que venía de frente a nosotros.


El airbag te propulsó con gran fuerza contra el reposacabezas.


- Entiendo... pero, hay algo que no me acaba de encajar. - Dice mi madre desconcertada. - Acabamos de empezar noviembre...


- Lo se... - Digo a duras penas aguantando las lágrimas de mi ojos. - Ya ha pasado un año...


La madre queda sorprendida, y empieza a llorar.


- ¿Cómo que un año? Eso... no puede ser...


Una vez pedí un deseo.


- Mamá...


Y pedí, que todo volviera a empezar.


- Esta es la sexagésima octava vez, que tenemos la misma conversación.


Pero al parecer, venía con una maldición...


El silencio inunda la sala, mientras un pétalo blanco cae lentamente hasta el suelo...




Cuantos de la boca que aborreceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora