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—Otra cosa para que memorice, detective —el mocoso vuelve a hablar luego de darle un sorbo a su vaso plástico cargado de café caliente—: siempre tiene que dar propina cuando va a algún lugar a comer. Ya sea desayuno, almuerzo, merienda o cena. Si el servicio fue pésimo, basta con un dólar o alguna moneda. Pero si la atención estuvo bien, más le vale sacar más de cinco dólares de su cartera —hay cierto rastro de advertencia en sus palabras—. Los meseros nunca olvidan los rostros de las personas antipáticas.
— ¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir que si vuelve a ese lugar después de dar una propina mala... Podrían hacerle alguna maldad a su platillo. —Se encoge de hombros.
Parece que la simple idea le resulta más que satisfactoria y divertida. Oh, ¿qué voy a hacer con él?
—Bueno, continúa. —Le pido, porque me siento ligeramente interesado en los datos que me está aportando.
Hoy hace muchísimo frío, pero eso no detiene a la población de Chicago. Afuera, a pesar de que todo está cubierto por nieve blanca y bastante espesa, sigue todo igual; los conductores haciendo sonar sus bocinas ante el mínimo obstáculo que se presenta en la calle, los adolescentes caminando en grupo para llegar a la escuela y, por supuesto, los puestos ambulantes de café que hoy, sin duda, tendrán una buena facturación.
