Capituló 3.

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Mikey llevaba una vida muy tranquila, pero a pesar de eso, luego de lo sucedido en el cementerio días atrás, supo que aún tenía enemigos

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Mikey llevaba una vida muy tranquila, pero a pesar de eso, luego de lo sucedido en el cementerio días atrás, supo que aún tenía enemigos. O, en su defecto, una fila enorme de pandilleros y criminales que querían reclutarlo en sus filas para que liderara dichas bandas. Sin embargo, Mikey siempre rechazaba las ofertas, argumentando que ya no pertenecía a ese mundo.

Muchos respetaban su decisión, mientras que otros lo buscaban para pelear. Al principio, él se negaba, pero como eso ya se estaba volviendo costumbre, llegó un punto en que aceptaba dichas propuestas de reclutamiento, con la única condición de que se uniría a ellos solo si el oponente le ganaba en una pelea. No obstante, como era lógico, todo terminaba en menos de un minuto a favor del invencible Mikey. Simplemente lo hacía para complacer a quienes sentían la necesidad de enfrentarse a él. Sin embargo, por su parte, Manjiro no sentía lo mismo.

Una mañana, salió de su casa para comprar algunos víveres. Su abuelo se lo había ordenado porque ya se estaba acostumbrando a quedarse encerrado en su habitación. Las únicas veces que salía eran para ir al cementerio una vez a la semana o para ayudar en el dojo.

En esa ocasión, los primeros que intentaron ofrecerle pelea fueron unos pandilleros que estaban recién formando su banda. El líder era un chico adolescente, bastante fornido para su edad, y más o menos de la misma estatura que Mikey. Al verlo pasar por la calle de aquel barrio, comenzó a provocarlo. Mikey, al principio, ignoraba sus palabras, haciendo como que no escuchaba nada. Sin embargo, dicho líder no se quiso quedar con las ganas y se plantó frente a él, deteniéndolo en seco.

— Vaya, qué decepción — dijo aquel chico —. El invencible Mikey se ha vuelto una persona ordinaria y aburrida — se burló —. ¿En serio tú eras el que dirigía la Tokyo Manji y la Kantou Manji? ¡No lo puedo creer!

— Sal de mi camino, por favor — respondió Mikey en tono serio —. Tengo algo más importante que hacer.

Intentó avanzar, pero el otro chico se movió rápidamente para cerrarle el paso. Mikey suspiró con fastidio; ese jueguito ya lo estaba aburriendo. Nuevamente se movió, esta vez hacia el lado opuesto, pero su oponente volvió a cerrarle el paso y levantó su puño para dar el primer golpe. Sin embargo, Mikey lo esquivó rápidamente y, acto seguido, le lanzó una patada voladora tan brutal que el molesto muchacho no alcanzó a reaccionar, terminando en el suelo, revolcándose de dolor.

— ¿Satisfecho? — preguntó Mikey cínicamente —. Ahora con permiso, me tengo que ir.

Finalizó, dejando atrás a esos pandilleros que quedaron mudos y congelados ante la situación.

Cinco chicos de secundaria de una escuela pública de la zona fueron testigos de aquella hazaña y quedaron admirados al ver la paliza que Mikey le dio a su oponente. De pronto, Manjiro se vio rodeado nuevamente.

— ¿Qué pasa, chicos? — preguntó Mikey, ya harto de todo eso.

— ¡Eres genial! ¿Lo sabías? — dijo uno de los chicos.

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⏰ Última actualización: Oct 11 ⏰

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