Show Me How

1.2K 48 1
                                    


Satoru en plena soledad.

\/|/\

Fue un amanecer lleno de confusión. Las calles vacías parecían costa muerta, una muy larga costa muerta: tan árida, tan ruidosa y azul.
La luz blanca proyectándose en cada grano de arena se volvía otra más de las millones de estrellas que reposaban en algún lugar ajeno, distante y apartado de su ser; dentro de un cielo hermoso, perdido en la más inhóspita negrura.

Las calles se volvían olas que desaparecían al final, ahí dónde la vista no terminaba por distinguir rostro y figura. Tan sólo, devorándolo en lo más terrible de la soledad.


—¿Tienes frío? —Las palabras salían agrias, terribles.—Anda... dímelo sin pena.

A la distancia, se olía una lluvia nebulosa, pero daba igual si en verdad caía o no. Para Satoru, dentro de su propio infinito, le era imposible distinguir qué era lo que sucedía afuera de su burbuja, aún si había charcos asomándose por las orillas del callejón. Pero en su haber, pasaba que realmente no quería saberlo.

Estaba mucho mejor así. Ignorante.



—Dime, dí todo lo que quieras.

No hacía frío, no hacía viento, ni nada. Todo estaba bien, menos el factor de estar sentado en una acera con un espeso líquido carmesí resbalando a un lado suyo, repelido por él y su técnica. Se mezclaba con el agua que resbalaba por la pared en ríos absurdos que acababan por aclararse al llegar a la calle, desapareciendo; cómo camello entre las dunas, en un desértico paisaje amarillento y nostálgico de foto vieja.

Era un sueño, triste sueño de diciembre.


Era un poema, triste poema de enero que recordaría y le quemaba cada fibra en su cuerpo. Lo tenía ido, preguntándose cuál era la mejor opción. Dejarlo ahí o llevárselo a deshoras a pasear, tal vez a un sitio muy alejado donde la ciudad desaparece y el campo comienza.
A dónde el sol choca y ya no avanza más. Quizá para llorar a gusto o terminar de decir cosas que nunca le dijo y que quiso susurrarle al oído una, y otra, y otra vez sin descanso hasta quedarse dormido.

Lo que dolía era, que decir todas esas cosas terminaba siendo inútil ya.

Suguru era un día en el calendario: tan fresco y especial; una mañana de febrero con el sol y las nubes expuestas, impresas a través del cielo.
Él se parecía a una letra, a un color que vagaba en la incertidumbre; cómo una estrella en el cielo de la que se había enamorado y quería solo para él. Una a la que le puso nombre, a la que le puso voz, pero que solo pudo disfrutar por pocas noches antes de perderla cuando explotó y lo dejó hace ya muchos años luz de distancia. Con un mal sabor de boca frente a miles y millones de muchas más estrellas que no llegaban a parecerse a esa que había elegido.

La misma que acabó por perderse en un infinito que simplemente, no podía controlar.

—Dime que tenemos que ir a casa.


Un infinito negro, inmenso y tristón que nunca conoció. Uno que jamás pudo tocar y apreciar. Un brillo que ni el grano más puro de arena ante la luz de la luna podía igualar.

Que lo dejaba en un silencio abismal que le rompía de la misma forma cómo el día en el que le dió la espalda atravesando altamar.

—Dime que estás orgulloso. O ríete.



Lo dejaba con la culpa de no hacer nada, ni antes ni ahora, en una noche de navidad quejumbrosa, pesada, con un bien atado nudo en la garganta del que quería deshacerse. Quería olvidar el nombre, la silueta que creía ver en todas partes.

La suavidad de sus manos, lo aterciopelado de sus palabras.

Lo dulce de sus besos, lo dulce de su voz.

—Dime qué te pasa, dímelo todo.



Quería dejar de empapar sus mejillas, dejar de sentir el calor en su cara de un llanto acalorado que reprimió durante años. Las pestañas claras, las cejas torcidas y una mueca forzada, haciendo esfuerzos inhumanos para no voltear a su derecha, una tontería porque la sombra falta de movimiento a un lado suyo le estrujaba sin piedad el corazón. Dejándose el aliento en respirar, respingándo como un niño al que no le compraron algo.

El mismo que lloraba mordiendo su labio, con miedo, como si alguien lo fuera a escuchar.

—Dí que estás conmigo...



No había nadie, ni en la costa plagada de granos de arena, ni en el cielo desbordante de estrellas, y tampoco en el campo donde la ciudad se mezcla.

Ni en el mar, ni en el desierto, ni en las fotos ni en las palabras que se volvieron sentimientos.
Solo las lágrimas desbordando a través de lo azul, sangre en la acera y recuerdos de viejas primaveras.

No había nadie si no era él. Si no era esa mañana de febrero que ahora se respiraba tan fría. No existía si no era la misma estrella, la silueta, el color y el día.

—...dí que volverás. Suguru, dime cómo regresar.






Y él, Satoru, solo seguía ahí.



















____/_







J o d e r  bienvenidøs de nuevo a esta cosa horrorosa que se actualizará cuando lo recuerde JAJAJAKS

O cuando no pueda dormir claro q sí
💕







Se les kiere (y muchoOooo) coman rico, voten, disfruten esta wea, sé que les encantará.


•| OneShots Satosugu con música mamona |•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora