I.

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Me parece delicioso cómo la comida puede verse tan imbricada con las emociones. Ya lo vivió Tita en las páginas de Laura Esquivel: los aromas, texturas y sabores pueden cargar con una enorme cantidad de sentimientos. De igual manera, la tristeza, alegría o calentura pueden volverse parte esencial de un plato; tanto o más que cualquier otro condimento.

(Lentejas con arroz: hogar, infancia, protección.

Cereales con leche: vulnerabilidad, juego, cariño.

Nostalgia: Empanadas con ají, Manzanas con Leche Condensada.

Dolor: Comida Alemana, Salmón, Galletas de Navidad).

Lejos de ser el primero en darme cuenta de esto, creo que es un patrón bastante común entre la gente de mi edad que, como yo

(o quizás más como cada uno de ellos y ellas)

necesitan cocinar con palabras aquel plato que, esperamos, ha de hacernos sentir mejor.

Claro que en mi caso la experiencia se le asemeja más a un regurgitar de ingredientes consumidos por accidente. Y si, por casualidad, el proceso resultase en un plato, de seguro éste sería acido, espeso y muy pasado de sal y sentimentalismos. 

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