III.

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Mientras escribía sobre Luna y Valentín pensaba en nosotros. Pensaba en cuanto te extrañaba, cuanto me dolías y cuanto me dolerías. Jugaba a pensar también en qué podrías sentir tú mientras yo golpeaba este mismo teclado.

¿Estarías llorando como yo?

¿Estarías riendo? ¿Follando, acaso?

Pensaba en nosotros y en cómo todo puede irse una vez más al carajo. En que no hay límite en la vida para cuantas veces todo se puede ir a la mierda. Que la justicia, el amor, la moral y todo lo virtuoso no son más que una utopía. Que el azar, sin serlo, puede sentirse tan cruel como el ser humano.

Mientras escribo estas palabras, pienso en nosotros. Pienso en ti, y en que ya no creo, sino que tengo la certeza de tu error. No pienso más en justicia ni amor, no son cosas que se puedan pensar sin entrar en una profunda desilusión. No pienso más en moral ni virtudes, la distopía en que vivimos no lo permite. Sobre el azar, ya no lo siento cruel, solo indiferente a la crueldad del ser humano. Tu error fue cruel.

No creas que te tomo por una mala persona. Eres la mejor persona cruel que conozco y repetiría una y mil veces nuestro encuentro, nuestros besos, cada lamida, penetración y orgasmo. Repetiría incluso tu cruel error; sin él, las lamidas, penetraciones y orgasmos no serían tan intensos.

Lo repetiría pues te amo. No te soporto, pero menos aún soporto tu ausencia. Y sin tu crueldad, no saborearía nunca el placer de tener la certeza sobre cuánto puede doler algo sin que esto sea un cigarrillo ardiendo sobre mi piel. Te odio y me encantas, pues estoy enamorado de cada parte perversa y desdeñable que reflejas de mí; incluyendo este narcicismo.

No te vayas, por favor. Y si lo haces te pido, regálame un último error. Quiero doler. Quiero sufrirte solo un poco más, poder amarte sin reparos y darme placer con tu cuerpo; déjame ser más bruto.

Si te vas, acordemos que este error sea tuyo. No puedo lidiar con la carga de tus equivocaciones; a penas si puedo con las mías.

Sobre todo, te pido encarecidamente que nunca me dejes en paz. No intentes adivinar qué es lo mejor para mí. Créeme cuando te digo que el dolor que puedo provocarme yo será infinitos soles más grande y abrazador de lo que puedas hacerme tú. Si me dañas, no tengo porqué recurrir a mis demonios. Si me dañas, que sea con lazos, cuero, esposas y tu cuerpo.

Si accedes a mispeticiones, y procuras aprehender la idea de que te has equivocado, no tardarasen darte cuenta de que jamás me has abandonado y que tus errores y los míossolo nos acercan más al clímax aquel en el que ninguna referencia literariaserá suficiente. 

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