Las puertas del palacio de Amalienborg, se abrieron ante los ojos ansiosos de una chica temerosa. ¿Acaso estaba soñando? Bien debía de admitir que era poseedora de una imaginación fantasiosa, más bien ensoñadora.
La morena observó a su derecha y luego a su izquierda tímidamente con un nudo en el estómago y aquella mueca familiar se puso en su rostro.
—¡La Guardia Real Danesa! Más de tres siglos al servicio de la corona —exclamó Edwards ante su ceño interrogativo. Aquel gesto de pregunta en su rostro ya se lo sabía de memoria, pues era la expresión más usada cuando estaba a su lado—. Fue fundada en el año 1658 por el rey Federico III —añadió, para tratar de que ella concentrará su atención en otra cosa y cesaran los temblores que podían visualizarse a kilómetros—. Sabes, el rey Federico no creía en el tratado de paz de Roskilde con el reino de Suecia. En aquel entonces, archienemigo de Dinamarca. Este no creía que fuera a durar demasiado tiempo, y es por eso que Federico III sintió la necesidad de crear este cuerpo militar...
Edwards, continuaba contando resumidamente mientras Lucy, no conseguía poder retirar los ojos de aquellos hombres inmóvil que llevaban ese uniforme llamativo y característico, que consistía en un tocado de piel de oso, una casaca azul y pantalones azul claro con rayas blancas y un fusil.
El príncipe detuvo el habla, al percatarse de que ella no le prestaba atención. Estaba en un estado de conmoción y aún ni siquiera se atrevía a dar un paso de la enorme y majestuosa entrada. Lucy, cuestionaba cosas en su cabeza, era buena haciendo aquello. Pero cuando el silencio se hacía entre ellos a él no le gustaba en lo más mínimo.
—Fue... un error… un impulso del momento —balbuceo en un tono tan suave, que sólo ella pudo escucharse mientras mordía su labio inferior y sus facciones se convertían en un estado ambiguo.
—¡No hagas eso...! —susurró el príncipe en un tono débil pero cariñoso acercándose a su oído de manera disimulada—. No aquí, no ahora. Porque pongo en duda que pueda controlarme por mucho más tiempo —aseguró con una leve sonrisa divina, esparcida por todo su rostro.
Aquello hizo que Lucy, diera un paso hacía atrás aterrada. Por ningún motivo quería ser partícipe de una escena como esa en un lugar tan ostentoso. Aunque aquella palabra simplemente se quedaba corta para describir lo que sus ojos veían.
—¡Lucy, solo bromeo! Por supuesto que no voy hacer eso. ¿Por quién me tomas?
—Pues...
—Mira sólo trato de calmarte, sé que es mucho para procesar. Pero es que a veces me aterra cuando permaneces en silenció por mucho tiempo. Es decir, quiero conocerte a la perfección, así que suelo prestar toda mi atención a tus gestos y de manera difícil a las cosas que dices; en parte porque quiero besarte todo el tiempo, es como si mis pulmones necesitarán de tu aliento constantemente y la otra razón, porque sueles divagar muy a menudo, mucho... bastantes si te soy honesto —aseguraba agitando la cabeza—. Entonces tu silenció te lleva a hacer o tomar decisiones impulsivas donde terminas huyendo...
—Huir...
—O no quieres verme.
—Huir...
—O terminas llorando.
—Huir... yo... debería...
—No. Lucy, escúchame —Él se paró frente a ella. Lucy trató de bajar la mirada pero Edwards le alzó la barbilla y no la dejó escapar—. No tenía ninguna esperanza de que volvería a verte, no suelo ser un hombre negativo, solo uno realista que acepta la culpa de sus errores. Esta definitivamente no ha sido una relación sencilla de iniciar, tomando en cuenta que tal vez más de uno está expectante por nosotros, por no agregar que la expectación tal vez pueda que sea global. Y ahora que lo digo en voz alta, quizás no fue muy inteligente añadir aquello.
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La Cenicienta de Queens (Por Editar)
RomanceLucy Andrews es el epítome de la dulzura en el caos de Nueva York, una joven cuya vida transcurre entre el amor inquebrantable por su prometido y la cotidianidad compartida con dos compañeras de piso tan dispares como el día y la noche. En un aparta...