✰︎ 𝐟𝐨𝐮𝐫 ✰︎

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Sólo bastaba leer un poco más del universo para conocer el miedo más irracional de aquellos curiosos.

La idea de un remolino espacial capaz de devorar planetas en menos de un segundo, y que dependiendo de su tamaño podía atraer a cualquier cosa de la infinidad cercana hacia su interior asustaba.

Pero Ten tenía una de sus metáforas favoritas basadas en de aquellos monstruos espaciales.

Él decía que YangYang tenía un agujero negro en su corazón.

Y es que el menor amaba todo, todo lo almacenaba en su corazón, y siempre tenía espacio para amar más, todo lo amaba en pocos segundos y como si pudiera atraer todo para darle amor, era normal que se le acercaran animalitos y que se dejaran acariciar sin problemas, también niños y bebés o las personas adultas.

Y podía tener infinitos ejemplos de que todo era atraído por el agujero negro en el corazón de su amado.

Lo que ambos siempre recordaban con una sonrisa era cuando una tarde de primavera, en el parque, como todo había empezado con una mariposa que habían visto en una de las flores, que automáticamente YangYang acercó su mano hacia ella, y el pequeño ser alado se posó en esta, caminando en su mano.

En ese momento YangYang estaba sonriendo de forma amplia, mostrando sus dientes en una adorable sonrisa en sus ojos sus estrellas brillaban.

Pero fue cuestión de minutos para que más y más mariposas se posaran en él, en sus brazos, sus hombros y sobre su cabeza, llamando la atención de los pocos y tranquilos peatones, sonriendo por el chico cubierto en mariposas.

— Ten... Ya quítamelas— pidió, algo asustado por tantos delicados y hermosos bichos en su cuerpo.

El mayor se encogió de hombros, con una sonrisa recta.

— ¿Qué quieres que haga? — Ten se acercó a él, mirando los pequeños seres—. Pequeñas maripositas, ¿Quieren soltar a mí lindo novio, por favor? Lo siento, pero no lo comparto.

— No se van— YangYang sonó como si estuviera a punto de llorar.

— Bebé, claro que no se iban a ir, estaba bromeando.

— Tengo una en la nariz— YangYang cerró sus ojos con fuerza.

— La habrá confundido con una rama.

YangYang estornudó, haciendo que Ten se apartara de él de un salto y las mariposas volaran lejos, sus brillantes ojos las miraron marcharse.

— Problema resuelto— dijo el mayor con una sonrisa divertida.

— ¿Qué dijiste de mí nariz? — murmuró el menor, tomando esta con sus manos, escondiendo la de la vista.

— Que la amo— respondió el mayor, tomó sus muñecas para bajar sus manos y dejar un beso sobre la nariz del castaño.

Ese quizás había sido la experiencia más rara con los animales siendo atraídos por el lindo YangYang, pero como eso podrían hablar de que se le acercaban ardillas y hasta los pájaros cantaba cuando lo veían pasar.

Y con otros humanos, en una ocasión YangYang terminó haciéndose amigo de todos los ancianos que estaban jugando ajedrez en una plaza, tanto cariño que las señoras mayores terminaron besando y marcando con pintalabios rojo sus mejillas y cuello, para luego reír cuando Ten dramatizó que lo estaba engañando con unas encantadoras señoritas.

Era común que, cuando salían a lugares más concurridos, los niños pequeños se le acercaran para jugar con él, a los bebés más llorones los podía calmar en segundos y la imagen de YangYang con un bebé en brazos hacia a Ten estrujarse por dentro, y el menor lo notaba porque brillaba con más fuerza.

Y YangYang amaba todo aquello y a cada uno de esos animales y esas adorables personas.

Pero lo que más amaba era a Ten, y el agujero negro de su corazón era capaz de almacenar todos los gestos cursis del mayor, incluso cuando se ponía muy empalagoso, a YangYang no le molestaba ni un poco.

A Ten le gustaba besar todo su cuerpo, incluso podría decir que le gustaba más que tener sexo, era más suave, y podía escuchar la linda risa de niño de su novio cuando besaba su vientre provocando cosquillas, o los jadeos cuando succionaba la piel de su cuello, o sus gemidos cuando besaba en sus partes más íntimas.

Le gustaba abrazarlo cuando estaban desnudos, así sentía el cómodo calor de su piel contra la propia, dejar caricias en su suave cuerpo.

Lo había hecho muchas veces, nunca le perdía el gusto a esas muestras de cariño, ya conocía el cuerpo de YangYang de memoria, y nunca se cansaría de este.

Fue en uno de sus abrazos íntimos, luego de haber echo el amor un par de veces, ya que YangYang estaba bastante caliente esos últimos días, que el menor hizo aquella extraña pregunta.

— Ten, ¿Crees en la vida en... Fuera de la tierra?

— Sería muy raro que estuviéramos sólos en un universo tan grande— dijo—. Así que supongo que sí creo.

— Y... ¿Crees que que haya seres en la tierra de... Otros lados?

Ten frunció sus labios.

— Eso lo dudo bastante... Digo, hay más lugares interesantes para perder el tiempo que en la tierra.

YangYang suspiró.

— ¿Y si están aquí? Y... Más cerca de lo que crees...

— YangYang... ¿A qué viene esta pregunta?

El menor negó.

— Tú... Sabes que soy raro.

— Eres normal, YangYang, lo normal es ser diferente, así que eres normal, como todos.

YangYang rió.

— Soy raro en otro sentido— alzó sus ojos repletos de estrellas hacia Ten—.  Yo... No soy como tú, no soy humano, no soy de aquí.

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