-¡Por todos los duendes de Gringotts, James! -el grito salió ahogado, casi sofocado por el puro terror-. ¡Padre nos van a matar! Nos va a resucitar para matarnos de nuevo. ¿Cómo se te ocurrió dejar un giratiempo al alcance de niños de tres años? ¿Ti...
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Después de una huida que para los mellizos menores había sido espectacular —una gran aventura llena de emoción y acción—, pero que para sus hermanos mayores había sido simplemente agotadora, los cuatro finalmente se detuvieron.
Draconis apoyó las manos sobre sus rodillas, intentando recuperar el aliento. James, por su parte, se dejó caer en una de las paredes del pasillo, resoplando.
—¿Podemos...? —jadeó James— ¿Podemos no correr más por hoy?
Pero sus súplicas fueron ignoradas cuando una vocecita emocionada interrumpió el momento.
—¡Otra, otra! —pidió Scorpius con una enorme sonrisa, aplaudiendo con entusiasmo.
Albus, a su lado, también asintió enérgicamente.
Draconis sintió que el alma se le escapaba del cuerpo.
—Lo siento, pero no.
Se enderezó y les lanzó una mirada fulminante a los pequeños, que aún parecían emocionados por la carrera.
—¿No que tenían hambre?
Como si la pregunta activara algo en sus estómagos, ambos mellizos dejaron de aplaudir y se miraron entre sí, recordando su propósito inicial.
—¡Sí! —exclamaron al mismo tiempo.
Sin perder más tiempo, se dirigieron a las cocinas, intentando hacer el menor ruido posible.
Y entonces, una pregunta importante surgió en la mente de Draconis.
¿A quién le pediremos comida?
No podían simplemente aparecer y exigir un banquete. Y tampoco podían arriesgarse a ser descubiertos deambulando por el castillo a esas horas.
Pero justo cuando estaba a punto de entrar en pánico, un recuerdo le vino a la mente.
Un nombre.
Un elfo.
—Dobby.
La palabra apenas fue un susurro, pero la dijo con suficiente convicción, esperando que funcionara.
Por un segundo, nada ocurrió.
Pero entonces...
¡Pum!
Un sonoro chasquido resonó en la habitación, y frente a ellos apareció una pequeña figura de enormes ojos verdes y orejas puntiagudas.
—¿Quién necesita de Dobby? —preguntó con su característica voz chillona.
Draconis sintió un enorme alivio.
—Gracias, Merlín... —murmuró para sí, antes de esbozar una sonrisa y dar un paso adelante.
El elfo los observó con curiosidad, ladeando la cabeza.
—Hola, Dobby —saludó con suavidad—. Me llamo Draconis. Él es mi hermano James, y estos dos pequeños son Albus y Scorpius.