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Una vez descubres lo maravilloso que es compartir con alguien tus vivencias y prácticamente todo lo que pasa en tu vida, no quieres volver atrás.

Pero también hay veces en las que la misma vida te dice que mejor no. No entiendes por qué, pero te dice que no. Es entonces cuando lo echas de menos, obviamente, cómo no echarías de menos el mayor placer emocional de toda tu existencia, el poder compartir las cosas.

Digamos que esto mismo cierra lo de antes, el hecho de no ser capaz de tener una dosis adecuada de egoísmo. Esto empeora a medida que aumenta el número de personas con las que tienes la sensación de no poder compartir esas cosas. Empiezas con dos, luego con tres...
Y a bote pronto te encuentras escribiendo sobre ello. Quién lo diría.

Es difícil disfrutar de uno mismo en un mundo colonizado por una especie innatamente social. Un mundo tan conectado que a veces se nos olvida, aunque sea por un momento, quiénes realmente somos.
Estoy seguro de que si el personaje de esta historia participase en uno de esos experimentos de aislamiento total, y el promedio de supervivencia mental es de entre 2 y 3 semanas, no aguantaría más de 6 días.

Hay que seguir adelante. Hay que colonizar el espacio. Hay que luchar por aquellos que lucharon por nosotros. ¡Que no sea en vano!

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