XI

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—Por favor, déjenme verlo pronto.

King, quien estaba echado a un lado suyo, bostezó audiblemente y el cenizo le lanzó una mirada molesta antes de cerrar los ojos de nuevo, regresando a sus plegarias.

El lobo chilló, interrumpiéndolo y Katsuki volvió a mirarlo.

—¿Qué?

King se sacudió aparatosamente, haciendo que cientos de gotas de agua fría salieran disparadas en todas direcciones y el cenizo suspiró, entendiendo lo que su compañero estaba tratando de decirle.

—Si, supongo que tienes razón. —le respondió, percatándose de que él mismo estaba empapado. Ya había rezado lo suficiente para esta vida y la siguiente, por lo que no le pareció erróneo volver a casa e intentar dormir un poco. —Hay que volver, anda.

King se levantó y comenzó a estirarse dramáticamente mientras el cenizo se inclinaba para recoger el racimo de almendro, sorprendido de que las delicadas flores siguieran en tan buen estado luego de todo lo que les hizo.

Sintió un cambio en el ambiente y levantó la mirada al mismo tiempo que su compañero, olvidándose de las flores.

Las orejas triangulares de King estaban erguidas y se movían sobre su cabeza, buscando la fuente de lo que hubiera sido que provocó el cambio. Sus patas se prepararon para lanzarse a defender a su compañero en caso de que fuera necesario.

El cenizo maldijo para sus adentros, la posición en la que estaban los dejaba vulnerables, rodeados por completo por las enormes raíces blancas del Karui. Lo que sea que fuese que estuviese ahí afuera, aparecería antes de que pudieran detectarle adecuadamente.

Un crujido vino de la izquierda, llamando la atención de ambos.

En el extremo más delgado de la raíz, una figura cubierta por una capucha negra se asomó.

King bajó la cabeza, a la defensiva; Katsuki supo que no reconocía el olor de la figura y que, probablemente, no se trataba de un ciudadano de Theeridom.

La persona avanzó un par de pasos más antes de detenerse bajo la luz dorada del Karui, sus hombros temblaron y esto descolocó al par de compañeros.

Sus manos, llenas de lodo subieron hasta la capucha que cubría su rostro y la deslizó por su cabeza, revelando primero un montón de rizos enredados y húmedos y después, un par de orbes esmeralda llenos de lágrimas que los observaban.

Katsuki dudaba que existieran palabras capaces de describir lo que sintió en ese momento.

Sorpresa, preocupación, alegría, angustia, confusión, ansiedad, orgullo, adoración, euforia. Todas estas emociones lo golpearon de repente, sacándole el aire de los pulmones.

Ahí, frente a él, cubierto de lodo, con ramas y hojas enredadas en el cabello, completamente empapado por la lluvia, tan pálido como la luna, la piel llena de rasguños y moretones y con la sonrisa más hermosa que hubiera visto en su vida, estaba Midoriya Izuku, siendo tan ridículamente precioso como siempre.

El chico dio un paso al frente y King ladró, comenzando a correr hacia él, chillando audiblemente, sus patas traseras moviéndose con rapidez mientras su cola se agitaba. Katsuki también avanzó, igualando el ritmo del lobo y alcanzando a la preciosa criatura frente a ellos en un par de segundos.

Los dedos de su mano derecha alcanzaron al pecoso y bastó un instante para que sus dos brazos lo rodearan, apegándolo a él tanto como era posible con la ropa de por medio.

Sintió el brazo de Deku rodear sus hombros y el pelaje de King contra su rostro, mientras el chico los abrazaba a ambos, lágrimas cayendo por sus mejillas.

Arador; [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora