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La navidad se acercaba.

Y con ella venía el exhaustivo trabajo, sin duda el más pesado del año. La fábrica estaba al límite; empacando regalos, etiquetando envoltorios y dejándolos en la sala mágica. Los duendes corrían de un lado a otro solucionando problemas, cocinando para los demás, limpiando y manejando la máquina encargada de producir lo anterior mencionado. Los renos por su parte, entrenaban el doble de lo normalmente dispuesto y casi no se mantenían en el establo; su padre se encargaba de supervisar los últimos detalles y su madre debía sobrecargar con el estrés por coordinar las entregas a la perfección trazando la ruta.

Mientras Jungkook...

Bueno él se encargaba de conquistar a Jimin.

No fue tan difícil como imagino cuando lo rescataron el primero de diciembre. Habían pasado veinte días desde entonces. Veinte preciosos días en los que había aprovechado cada segundo en conocerlo y complacerlo. Y en ello se incluían varios paseos, citas cubiertas por excusas mal hechas y películas navideñas a su lado que describían un poco de lo que era Santa Claus o que los hacía reír hasta que el sueño los vencía.

Lo cierto es que lo disfrutaban, disfrutaban de su compañía y cada cosa que hacían.

A Jimin le había tomado un tiempo acostumbrarse a las frías temperaturas del polo norte. Era un cambio considerable pues, si en Seúl en diciembre el clima era templado no subiendo a más de doce grados, en Rovaniemi se mantenía a cuatro grados bajo cero, a veces casi llegando a los once; pero luego de unos días, su cuerpo logró adaptarse. Mucho más con los constantes cuidados de Jungkook.

No había día en el que no hicieran algo diferente, y esa mañana no fue la excepción.

Jungkook entró a la habitación donde un precioso Jimin aún dormía, dejando sobre una mesita la bandeja donde él, por sí mismo, se había encargado de cocinarle el desayuno; no era algo demasiado complejo, pero estaba hecho con todo el amor que su corazón profesaba. Consistía en algo típico y simple de la pequeña ciudad, porridge o arroz endulzado con canela en una mezcla cremosa como solían llamarle el rubio, excusándose con que sonaba mucho más bonito y específico; fruta del bosque y café con leche caliente.

Poco a poco Jungkook fue adentrándose en su mente y corazón, conociendo los gustos que ni siquiera él mismo Jimin sabía que tenía, colmándolo de detalles como ninguno de los que antes dijeron ser sus amigos o los que decían al menos preocuparse lo hicieron.

Jimin no sabía con exactitud cómo sentirse. Con Jungkook todo era diferente, se sentía cómodo, se sentía en casa; pero habían pequeñas cosas que le indicaban que quizá no era del todo correcto. Veía como la mayoría de los duendes cuestionaban su estadía en el polo norte y lo veían de una forma indescifrable, algo juzgadora y poco amable. Lo entendía. ¿Quién llegaba desde otro continente a sentirse el rey de un lugar que no era el suyo? ¿Cómo hacerlo cuando nunca perteneció a ningún lado?

No quería que todo el mundo pensará que era un aprovechado.

Era algo realmente simple de arreglar, pero Jimin se había cansado de dar explicaciones, de huir por ello y divagar en la nada.

Él quería ser parte de algo.

Y con Jungkook sentía que podía, pero no quería que aquello lo afectará. Al final, él sería Santa y no sabía con exactitud qué es lo que él haría.

¿Trabajar como un duende; en la fábrica, cocina, lectura o administración?

Sus dudas aumentaban su insomnio hasta dejarlo caer en un sueño pesado que le complicaba el despertar el día siguiente.

Eviterno - |KookMin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora