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El inicio. 

Todo comenzó hace seis veranos, muy contenta, fui a la ciudad natal de mamá a pasar las vacaciones con mi familia materna. Tenía esperanzas de pasar el mejor verano de mi corta vida, pues, apenas tenía diez años, lo que no sabía, era el infierno que tendría que vivir.

Para entender todo, hay que volver unos meses atrás, a ese mismo enero.

Mamá encontró pareja, la cual, a los pocos días, ya vivía en nuestra casa. Pasamos de ser nosotras dos contra el mundo, a ser ellos dos contra mí.

Así que, sin pensarlo dos veces, acepté la propuesta de mamá de pasar dos meses a ocho horas de casa.

Al inicio todo iba bien, los primos aún estaban en clases, los menores jugaban conmigo y al mayor apenas lo había visto un par de veces.

A pocos días de haber llegado a la ciudad los primos quisieron quedarse a dormir con la abuela, éramos tres, Félix –el menor, siete años–, Geovan –el mayor, de doce– y yo.

Tras ver un par de películas, Félix se quedó dormido, yo no tardé en hacerle segunda. No sé cuánto tiempo habrá pasado cuando comencé a sentir una presión en mi estómago y bajar.

En esos días no sabía qué rayos pasaba, solo sabía que me molestaba. Abrí los ojos y vi como Geovan me veía fijamente y acariciaba mi estómago.

— ¿Qué haces? — recuerdo haber preguntado.

— Juego, ¿Quieres jugar conmigo? — respondió el.

— Está bien, ¿Pero a qué jugaremos?

— Un juego muy divertido, lo único que tienes que hacer es dejarme hacer cosas y no decirle a nadie — explicó.

— Nunca había escuchado de ese juego — dije confundida.

— Porque es un juego para grandes — respondió el obvio —. Vamos a comenzar.

No tardó en hacer lo que dijo, su mano lentamente bajaba por mi estómago, pasando por mi ombligo y más abajo. No sabía qué era lo que jugábamos, pero no me gustaba, me causaba escalofríos. El seguía acariciándome, cada vez más abajo, hasta llegar a mi entrepierna.

Por auto-reflejo, intente cerrar mis piernas, pero él no me lo permitió.

— Deja, te va a gustar.

Por alguna razón, no le creí.


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