Tiempo

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Palabras ininteligibles resonaban en mi cabeza. Había tenido la suficiente suerte de conocer el lenguaje que la mayoría de los mundanos utilizaba: la misma lengua que se habla en Sandoria. Sin embargo, había más idiomas en este mundo, idiomas completamente desconocidos en Onira. Es más, encontraba asombrosamente interesante cómo tantos lenguajes convergían en cantidades de información tan abrumadoras en los artefactos mundanos.

¿Cómo explicarlo? En Onira tenemos bibliotecas llenas de libros en varios idiomas. En la biblioteca de Bangard por ejemplo, la mayoría de tomos están escritos en élfico, terrano y silvano, aun otros en idiomas más raros y difíciles de descifrar, como el celestial. Sin embargo, utilizar estos artefactos era como poder cerrar los ojos y estar en la biblioteca en forma etérea, y el tiempo que te tomaba encontrar algún dato, historia o concepto, algún libro, tomo o pergamino, estaba completamente bajo tu control. Podías hacer una pregunta y tenías la respuesta al instante. Con magia puedes contactar con alguna entidad muy sabia, incluso con una deidad, pero las respuestas de estos seres tienden a ser crípticas, proféticas y en general un quebradero de cabeza, además de ser un peligro innecesario para el hechicero. La información sacada a través de este sistema mundano se obtenía a través de simples mentes mortales, mundanas e inofensivas, por lo que su comprensión no presentaba reto alguno. Lo que sí era todo un desafío era explicar de qué manera podía todo esto ser sin la presencia de magia.

Había pasado un mes desde que fui atendido por curanderos en la fortaleza. Vendí lo que quedaba de mis posesiones en una tienda de baratijas y pagué una pequeña habitación en el mismo piso que Jen. Ella me dejaba utilizar sus artefactos mientras no estaba, lo que venía a ser la mayor parte del día. Tristemente, mucha de la información de dichos artefactos era indescifrable para mí. No porque fuera críptica o profética sino por el lenguaje en el que se encontraba. A pesar de no tener problema alguno al comunicarme en la lengua mundana común, la información que guardaban estos mundanos estaba en toda clase de diferentes lenguajes inexistentes en Onira. Un simple conjuro me hubiera ahorrado tener que aprender todos estos idiomas. No obstante, lejos de la magia, tenía que aprender a leer estos idiomas tan rápido como pudiese de la manera arcaica. Cuando sentía que ya no podía más, mis instintos me jugaban malas pasadas recordándome por un instante el sabor de una poción de adivinación. Tenía que conformarme con bebidas mundanas de textura y aroma parecidas, aunque sus efectos eran francamente decepcionantes. No había descarga de energía repentina, la mente no se aclaraba, los nervios no se desvanecían, el cansancio no se iba, mi sed de magia no se saciaba. Pensar en tales cosas me sumía en la nostalgia.

—¿Viste algún fantasma hoy? —dijo Jen al llegar a su habitación.

—¿Otra vez con eso?

Jamás debí contarle el incidente de la fortaleza. Su insistencia en la inexistencia de los espíritus era dogmática. Aunque no podía probarle lo contrario, había bastante evidencia de que en este mundo, como en Onira, existía una yuxtaposición dimensional.

Jen se dirigió hacia un gran baúl de metal que mantenía en posición vertical en una esquina de su habitación. Era un cofre muy particular pues era más frío en su interior ―lo había revisado―, y no estaba protegido con trampas. Abrió la puerta del cofre y arrugó la cara dejando salir un agobiante suspiro. Cerró la tapa de vuelta a su lugar, se dirigió a la cama enterrada en ropa sucia con las manos sobre su rostro y se echó a llorar.

—¿Cuál es el problema, Jen?

Rescatar doncellas en peligro no es mi especialidad. Soy un mago, no un caballero. No tengo armadura que detenga las flechas, espada que corte cuellos de dragón, fuerza para escalar una torre ni determinación para atravesar un oscuro bosque en medio de la niebla. Me hice mago precisamente para evitar tener que hacer ese tipo de cosas. Los magos estamos versados en el arte de encontrar atajos, crear barreras invisibles que detengan el moméntum de una saeta, invisibilidad, levitación, pero sobretodo, en la inteligencia. No atravesamos un bosque peligroso buscando a un monstruo de seis veces nuestro tamaño para amenazarlo de muerte ―va en contra de la lógica de un arcanista―, eso explica por qué hay magos viejos pero todos los caballeros son jóvenes. Sin embargo, esta vez tenía que dar el brazo a torcer.

Mago terrenalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora