Amuleto de la suerte

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En el palacio de hielo de Hasetsu, una figura solitaria danzaba sobre la pista. Las cuchillas de sus patines formaban intricados dibujos coordinados con sus pasos, saltos y piruetas. Los focos se iluminaban solo para él, pero las gradas estaban vacías.

En realidad, que estuviese allí se debía más a un favor personal que a una competición. Era Nochebuena y la pista no debería estar abierta, pero la dueña le había permitido patinar por ser amigo de la familia.

Yuri Plisetsky nunca hubiese creído que pudiese ser «amigo de la familia» de alguien, pero así lo había llamado Yuko Nishigori. Ya hacía dos años que se conocían y la mujer, junto con su marido y sus tres caóticas hijas, siempre habían estado apoyándole. Incluso siendo un rival de otro de sus amigos de la familia.

Si estaba en Hasetsu era, precisamente, por ese otro amigo. Había acudido a la inauguración del nuevo Yu-topia, el hotel de los Katsuki que había sido renovado durante ese año para acoger a todos los clientes que solicitaban plaza en el famoso hotel termal.

Yuuri Katsuki había invitado a todos sus amigos patinadores para disfrutar de la Navidad en tierras japonesas tras el Gran Prix Final de Nagoya, donde el muy capullo había conseguido el oro por primera vez en su vida. Víctor Nikiforov, su entrenador, rival y pareja romántica, había quedado segundo, y él, Yuri Plisetsky, se había llevado el bronce.

Estaba contento, sí. Una medalla de bronce era una medalla..., pero era el puesto más bajo del podio y él siempre había sido muy exigente consigo mismo. El bronce no era suficiente después de todo lo que se había esforzado.

Había decidido mantener su rabia en secreto. Había sonreído lo justo y necesario para las fotos de rigor, había agradecido a sus entrenadores por su apoyo, lo había celebrado en el banquete posterior... Y luego había llegado a su casa, en Moscú, y no había vuelto a salir.

Hasta que recibió la llamada de Yuuri Katsuki.

Le invitaba a pasar las navidades en Japón, gastos de hotel pagados, e incluso había una habitación para su abuelo por si quería pasarlas con él. El pobre Nikolái Plisetsky había salido poco de Rusia y creía que un viaje al país del sol naciente podría brindarle una nueva aventura a su vida. El problema era que no le apetecía ver a Yuuri ni a Víktor, a nadie que se diese cuenta de lo mucho que le jodía haber quedado tercero en una competición mundial de patinaje.

«Es demasiado vanidoso. Demasiado orgulloso. Demasiado pretencioso. En algún momento, la gente dejará de animarle».

Aquel era un pensamiento que no paraba de rondar su mente, de intoxicar sus pensamientos. Él no solo no era suficiente, era demasiadas cosas. Pero a él no le conocían bien; para sus amigos, a los que les había costado aceptar como tal, él era más que suficiente. Y esa razón había sido la que al final le había hecho tomar la decisión de hacer una maleta, comprar dos tickets de avión y viajar hasta Hasetsu con su abuelo.

Así que allí estaban, celebrando aquellas fechas tan hogareñas que se vivían en compañía de seres queridos. Aunque él pasaba solo aquella tarde de Navidad, cuando la gente bebía y reía en el salón del hotel. Al ser todavía menor de edad (y más aún en Japón) no pintaba nada empinando el codo con los demás. A los pocos minutos, cuando nadie podía echarle de menos, Yuri abandonó Yu-topia y se fue hacia el palacio de hielo, del cual Yuko le había dado las llaves para que pudiese utilizarlo cuando quisiera.

Llevaba mucho tiempo allí solo, deslizándose sobre el hielo, repitiendo sus números decenas de veces hasta que el agotamiento terminó venciéndole. No lo entendía: no había fallos. Había mirado las grabaciones de su actuación tantas veces que se las sabía de memoria y no había encontrado un solo error. No tocó el hielo con las manos. No giró mal. Aterrizó con los brazos abiertos. Hizo un salto cuádruple casi al final del número libre... ¿Cómo era posible que hubiese conseguido solo el bronce?

Amuleto de la suerte (Yuri on Ice / Otayurio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora