Día

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Habían hablado por horas, por muchas horas, y se dieron cuenta de ello cuando la luz del sol los iluminó.

Woo ya amaneció, creo que hablamos por mucho tiempo —mencionó el joven castaño—. Tengo que volver a casa, darme una ducha e intentar conseguir otro empleo —agregó riendo.

Y yo creo que tengo que volver a intentar escribir — afirmó el pelinegro levantándose de ese asiento en el que pasaron toda la noche.

Creo que es hora de despedirnos entonces —expresó el castaño con una sonrisa—. Apropósito, nunca me dijiste tu nombre.

Tú tampoco me has dicho el tuyo —replicó el pelinegro sonriendo.

Soy Win —dijo el castaño con una dulce sonrisa.

Yo Bright —respondió el pelinegro.

Entonces nos vemos Bright —afirmó el joven castaño.

Nos vemos Win —repitió el pelinegro sonriendo.

Cruzaron miradas nuevamente y comenzaron a alejarse, hasta que rieron al notar que iban por el mismo camino otra vez.

Vivo a unas calles de aquí —mencionó el pelinegro apuntado al frente.

La parada del autobús está a unas calles de aquí también —respondió riendo el castaño.

Te acompaño entonces.

El castaño solo asintió con una sonrisa y comenzó a caminar al lado del pelinegro, siguieron hablando durante cada paso y riendo, pero luego de unos metros Win detuvo sus pasos, entonces Bright pudo escuchar a su estómago gruñir.

¡De verdad tienes tanta hambre! —se burló el pelínegro.

Aunque para el castaño no fue un comentario gracioso, la verdad es que se avergonzó mucho por ello, entonces continuó caminando, pero esta vez más rápido, sin esperar al pelinegro que tuvo que correr detrás de el.

Oye lo siento —dijo yendo detrás suyo—. Solo me dio mucha gracia —afirmó, pero fue ignorado—. ¡Oye!¡Oye! —repetía sin tener respuesta—. ¡Espera! —le exigió entonces al joven castaño sujetando su brazo—. Perdón, fue un comentario estúpido agregó ahora viendo un pequeño y muy hermoso puchero en los labios de este. 

Esta bien —afirmó el joven apartando la mirada.

Oye de verdad lo siento —repitió el pelinegro de verdad sintiéndose mal.

Mm —solo pronuncio el contrario.

Entonces Bright pudo ver un cartel recién colgado por el empleado de un café que estaba a un costado de la calle.

¡Vamos ven! —dijo sujetando la muñeca del castaño—. Desayunemos.

Que, no... yo... no

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