11. El Buen Samaritano

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Samaria...

11 El buen samaritano.

El viaje no fue largo del todo, tardaron dos días. Tuvieron que hacer noche en un camino llenó de ladrones, pero era mejor que quedarse en Caná y ver como llegaban los fariseos. Estaban en una ciudad nueva y no sabían dónde ir ni dónde estaba nada. Al cruzar por la grande muralla, Jesús parecía algo triste y preocupado, no se sentía bien en la ciudad, aunque tenían que descansar y pasar algún tiempo allí. Para Judas la ciudad fue un paraíso, era como una versión pequeña de Cesarea, era como un ciudad romana. María en cambió, ya había estado allí y no le traía muy buenos recuerdos, pasó una temporada entre esas murallas y prefería no recordarlo; tuvo que hacer cosas que nunca más volvería a hacer.

Buscaron una pensión donde quedarse y encontraron una que estaba en una gran taberna. Entraron todos en ella, y se quedaron con la boca abierta ante lo que estaban viendo. Jesús entró en cólera, allí estaban todos los seguidores que habían dicho que irían a predicar, los que habían dicho que llevarían su palabra por nuevos lugares. La rabia no abandonaba al nazareno, si no querían seguir con aquello, que lo dijeran y se fueran. Todos estaban allí jugando y bebiendo, todos estaban allí con mujeres. Le habían engañado, le habían traicionado, los que pretendían hacer lo que él estaban haciendo lo contrario. Eso no era lo que más le molestaba, sino que le mintieran. Claro que tenían el derecho de pasárselo bien, son personas y todo el mundo puede hacer lo que quiera, pero que le mintieran, eso no tenía perdón. Los miró desafiante con ojos dolidos, como si fueran completos desconocidos. Confiaba que al menos Pedro no estuviera entre todos esos hombres y por suerte no estaba, por suerte se había ido con Raquel a algún otro lugar, esperaba que realmente estuviera haciendo lo que había dicho que haría.

Todos fueron hacia Jesús, cada uno se inventaba un excusa, se daban cuenta que no estaban consiguiendo su propósito, iban a perder la confianza del profeta. Los nervios empezaron a notarse, María no quería revivir los tiempos malos que había pasado en la ciudad, las peleas que había visto así que salió corriendo de aquella taberna, no quería mirar atrás, tan solo marcharse. Jesús seguía atónito ante lo que veía, pero Judas se dio cuenta que alguien había desaparecido de su lado, se dio cuenta que María se había ido. Salió a la calle, no sabía por dónde se podía haber ido, pero su lógica quiso ayudarle, aún se acordaba de todo lo que le gustaba a María.

La mujer corría por las calles de la ciudad con lágrimas en los ojos, había vivido una mala vida y cuando por fin había encontrado la paz, sus demonios volvían. No pensaba que fuera a sentirse así por ir de nuevo a Samaría, pero sus sentimientos la estaban fallando. Las casas se iban acabando, estaba llegando a la muralla y tenía que salir de allí para sentirse libre. La muralla le parecía como las paredes de una cárcel, quería ver lo que había más allá. Había gente en la puerta, a ella no le importó, los empujó, necesitaba salir, necesita sentirse libre y que ella tuviera el control de todo. Seguía corriendo por el camino de tierra, hacía el valle, donde estaban los árboles, donde estaban las montañas, donde nadie la molestaría y podría estar tranquila. No se cansaba al correr, se sentía feliz. Llegó al pequeño valle de la ciudad, todo estaba seco, pero había algunos árboles, allí era donde más vegetación había por el pequeño riachuelo. Las pequeñas colinas que daban comienzo a la montaña eran como un paraíso, si llegabas a una podías perderte por el resto porque eran como las dunas de un desierto. Cuando vivía en la ciudad, siempre que podía iba a aquel lugar, iba a la montaña, iba donde hubiera un rio. Ver todo aquello le daba calma, le daba seguridad, era como vivir fuera de la población, fuera del mundo; solo ella con sus pensamientos y la naturaleza. Por fin podía escuchar a sus pensamientos, podía concentrarse en ella misma.

Escuchó a lo lejos una voz, oyó como alguien gritaba su nombre; alguien la había encontrado. Se dio la vuelta, vio a Judas, a aquel que la había hecho sufrir tanto, pero a la vez, con el que había pasado momentos inolvidables. Se acercó a él, no dijo nada, tan solo se le quedó mirando. El de Judea estaba asustado por ella, no decía ni una palabra. Empezó a preguntarle cosas, ella seguía sin decirle nada. Le puso el dedo sobre sus castigados labios y le hizo callar.

El Secreto de JudasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora