24. Resurección

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Abrió los ojos. Tenía mucho frio y no sabía dónde estaba. Sentía un gran dolor en su cuerpo, no entendía nada de lo que había ocurrido. Miró a su alrededor, allí estaba su madre que le sonreía con una sonrisa de tristeza. Jesús intentó sentarse en la cama donde estaba, pero aquello le era muy doloroso. Su madre se levantó y le abrazó.

- Hijo mío, has resucitado – dijo ella con lágrimas –. Te han devuelto la vida.

- ¿Qué? – el nazareno no comprendía nada de lo ocurrido - ¿Qué ha pasado? Recuerdo que ya iba a morir y ahora me hayo en una cama.

- Hijo mío – dijo su madre con la voz temblorosa –. Judas ha dado la vida por ti.

- No lo entiendo.

- Judas se ha crucificado por ti.

Jesús seguía sin comprender nada, ¿cómo podía haberse cambiado?, ¿cómo podía haber hecho eso? Miró a los ojos de su madre, buscaba una respuesta. María se acercó más aun a su hijo y comenzó a relatarle todo.

Judas se quedó mirando aquel árbol cunado ya tenía la cabeza dentro del lazo para ahorcarse. Sabía que no tenía sentido seguir con vida, lo mejor era quitarse la vida y acabar con todo el sufrimiento. Estaba a punto de colgarse en el árbol cuando un rayo de esperanza le vino a su mente. Tenía claro que su hora había llegado y que debía marcharse, se preparó para morir, pero no de esa manera. Bajó corriendo de la colina de nuevo a la finca de Getsemaní, tenía que ver a la madre de su amigo, tenía que decirla que sabía cómo salvar a su hijo para que pudiera ver nacer a su nieto. La encontró llorando tirada en el suelo, fue a recogerla aunque ella le empujara varias veces al suelo.

- Maria – gritó él –, se cómo salvar a tu hijo, pero necesito tu ayuda.

- ¿Cómo quieres salvarle? Es imposible, tú mismo lo dijiste.

- No, no lo es. Me cambiaré por él.

- No puedes hacer eso.

- Mi vida no tiene sentido. Estaba en la colina intentado quitarme la vida, tarde o temprano lo haré y quiero que sea de esta forma.

- No puedo ayudarte – dijo ella muy nerviosa –, eso sería asesinarte.

- Si no lo haces, tu hijo morirá. No es asesinato porque si no lo consigo moriré y prefiero salvar una vida antes.

María se levantó del suelo temblando, aquello era muy arriesgado, casi imposible. Miró el rostro de Judas, siempre había visto a su hijo en él. Tenía la cara llena de heridas, tenía el cuerpo lleno de sangre.

- ¿Cómo quieres cambiarte por él? – preguntó ella –, está custodiado.

- Alguien me debe un favor desde hace mucho tiempo.

Judas cogió a María de la mano y la sacó de la casa. Los dos se dirigían a la Torre Antonia, los dos debían hablar con Pilatos. Por las calles había muchas personas, todas querían ver cómo iban a acabar con la vida del falso rey, cómo iban a acabar con aquel hombre que hacía tantas promesas y no había cumplido ninguna. Maria miraba a todas esas personas y no entendía nada de lo que estaba pasando, todo el mundo odiaba a su hijo, todo el mundo odiaba las palabras que había dicho el mesías tiempo atrás. Sentía asco hacía esas personas, no sabía porque el mundo podía ser tan cruel, su hijo tenía razón, la gente quiere destruir lo que no comprenden y lo que les da miedo. Las lágrimas caían por su dulce rostro, nunca hubiera imaginado que las cosas podrían acabar así; solo quería que su hijo fuera alguien en la historia, pero no quería que aquello conllevara su muerte.

Judas vio el sufrimiento de la mujer, se sentía culpable por todo aquello, él había sido quien había delatado al único amigo que tenía, él había acabado con todo. Cogió con fuerza la mano de la mujer y le dedicó una sonrisa, quería calmarla sin saber muy bien cómo.

El Secreto de JudasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora