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Rostro perfilado. Su pelo se había encrespado a causa de tantas risas que había causado en los demás. Sus ojos se habían tornado mieles dado el sol que iluminaba a su pequeño pueblo, aquel que también había oscurecido su suave y joven piel café. Su cuerpo era tan pequeño y delgado que sería fácil para cualquiera levantarla con un solo brazo. Sus hoyuelos se remarcaban todo el tiempo y su sonrisa inspiraba alegría hasta en el ser más frío y triste. Preguntar era su pasatiempo favorito y hacer reír a los demás con sus payasadas formaba una parte importantísima de su día a día. Sin embargo Rufina no dejaba de ser un ser humano, y como tal debía vivir en el mundo que todos conocemos, donde la avaricia, el orgullo y el poder estaban por sobre todas las cosas.


Así fue como Rufina con el paso del tiempo aprendió a sobrevivir en él. Comenzó a esconder cada vez más su bondad, sus sonrisas empezaron a ser más escasas y la vida que conocía empezó a perder su color, al menos ante sus ojos.


Una mañana al despertar se encontró con un escenario distinto al que estaba acostumbrada: su madre se había ido sin despertarla para el desayuno y en su lugar estaba su hermana mayor, Aurora. Ella era cuatro años mayor que Rufina y ambas tenían una relación preciosa, siempre estaban juntas y no les importaba limpiar las lágrimas de la otra si era necesario. En esta ocasión ella no la abrazó, no le sonrió ni cantó como tantas veces Rufina imaginó ¿o... es que sí había sucedido? No lo recordaba, su cabeza era un mar de recuerdos, entre tantos sucesos que ocurrieron o que deseaba que hubieran ocurrido, la comparación era perfecta.


Esta vez Rufina estaba sentada en la mesa de su casa, casa que estaba siendo consumida por la humedad. Las grietas en el techo eran más fáciles de percibir, éstas tenían una forma peculiar de aparecer: según cada familia que habitaba dicha casa, las grietas salían cada vez que una tragedia ocurría. Y desgraciadamente, la familia de Rufina era la que más grietas estaban dejando. Las ventanas seguían sin arreglarse y la tristeza en los cuartos era tan palpable que cada vez eran más fríos.

Sobre la mesa delante de ella tenía un té, el cual se estaba apresurando a tomar, de lo contrario se enfriaría y una vez frío, tomarlo le daría dolor de estómago al no tener un gramo de azúcar. Tantas veces le había ocurrido lo mismo que ahora se negaba a levantarse de la mesa antes de dejar la taza prácticamente limpia. Miró el pan viejo de quizás veinte días o más y de repente sintió a Aurora girar la silla donde estaba sentada, posteriormente se agachó para poder verla mejor. La niña calló cualquier vocecilla en su cabeza que pudiera distraerla.


—Voy a darte una noticia y necesito que escuches con mucho cuidado. Hace unos años, cuando todavía no habías nacido, mamá estuvo grave, muy muy herida. Papá fue quien le pegó esa vez, al igual que muchas otras veces, por eso muy poco tiempo después de que mamá se recuperara, él fue a la cárcel. Estuvo ahí desde entonces.


Rufina por momentos de la conversación divagaba, pero cuando su hermana comenzó a derramar lágrimas puso de todo su esfuerzo para no perderse ningún detalle.»Mamá y yo tratamos de darte todo lo que pudimos e hicimos hasta lo imposible para que ese hombre ni siquiera piense en acercarse, pero me temo que él ahora está libre, se escapó y la policía lo está buscando, aún así es importantísimo que te cuides. Esta vez tenés que aprender a cuidarte sola.


Rufina asintió, sintiendo un escalofrío en su espalda y sus manos sudar en frío.






¡Nuevo año, nuevo cuento!

Disfruta 🎔

Rufina - COMPLETA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora