Comenzó a sentir rabia, impotencia, rencor, angustia, asco, odio. Odio hacia su padre, hacia aquel ser repulsivo, desalineado, apestando a alcohol y mirándola de aquella forma en la que nadie debería mirar a su hija, y fue hasta ese entonces el momento en el que Rufina, de alguna forma, supo que se terminaría su sufrimiento.
Pero antes, decidió dedicarle algunos segundos a Aurora, a su madre, a todo su barrio, también a Doña Martita y a Roco. Ellos eran realmente los que merecían protagonizar sus pensamientos, los únicos que se habían preocupado y cuidado de ella, ellos eran el incentivo perfecto para luchar. Y precisamente por eso fue que Rufina, junto a una sonrisa en sus labios al tiempo que sentía la repulsiva mano de su padre tomar su delgado hombro de manera brusca, se entregó a aquella extraña emoción, Rufina cedió ante el odio. Comenzó a sentir un líquido caliente trepar desde los dedos de sus pies y ascender por sus piernas, sus ojos se tornaron negros, los vellos de su cuerpo se erizaron y al llegar a su cuello, no pudo seguir conteniéndolo: vomitó una sustancia viscosa con una peste digna de revolver tu estómago, espeza y muy oscura.
Dado a que su padre justo en ese momento se había acercado peligrosamente a su cara con quién sabe qué intenciones, dicha sustancia le dio de lleno en el rostro. Gritó y recitó centenares de improperios al sentir cómo el vómito le quemaba desgarradoramente la piel cual veneno, desesperado llevó una de las manos hacia su cara tratando de aliviar semejante dolor, pero no lo logró. Rufina convulsionaba en su silla, su pequeño cuerpo temblaba mientras no paraba de vomitar esparciendo ese ácido por todas partes. Éste comenzó a migrar de la habitación, saliendo del mecánico a unas casas de su hogar (lugar estratégico elegido por su padre al hacer semejante ruido como para no levantar sospechas), llegando al refugio aquel donde Rufina debería de estar escondida hacía tres días, donde todavía se encontraban cuatro policías junto a sus perros. Los animales, antes de siquiera vislumbrar la desagradable sustancia, paralizaron sus cuerpos y giraron sus cabezas en aquella dirección, olfateando, entre tanta peste, la alegría imborrable del corazón de Rufina. Aprovechando que sintieron sus correas flojas, se dirigieron a la velocidad de un rayo hacia el taller mecánico, los policías mientras corrían llamaban rápidamente refuerzos a los gritos y Aurora y su madre corrían esperanzadas de volver a ver a la pequeña Rufina.
Al llegar se encontraron con una imagen que nunca, jamás, olvidarán: el padre de Rufina muerto sobre un gran charco de vómito y con la mitad de su cuerpo completamente quemado, mientras que la pobre niña se encontraba con su cabeza colgando hacia atrás en la silla jadeando desesperadamente en busca de aire. Aurora gritó y fue la primera en atravesar el moribundo cuarto sin importarle nada el haber pasado justo al lado de un cuerpo sin vida, ni aquel desagradable charco, el cual al ser tocado por una de las tantas personas por las que Rufina se sacrificó, se transformó en pétalos de rosas. Llegó a su hermanita y al tocarla su piel hervía. Desesperada la llamó gritando, tratando de que reaccionara y rasgando su cuerdas vocales mientras tanto, el ardor en su garganta hizo que comience a llorar mucho más fuerte. Rufina comenzó a luchar, esta vez, contra aquella abrumadora emoción, tratando de que no la consumiera de inmediato. Fue así como llegó a un acuerdo con ella mentre las tinieblas de su mente, ese lado oscuro que había descubierto hacía no más de dos horas había accedido a darle unos minutos para tranquilizar a su familia.

ESTÁS LEYENDO
Rufina - COMPLETA ©
Historia Corta"-Mi techo está a instantes de caerse, pero el suyo está perfectamente sano..."