cactus

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A veces hay que abrazar un cactus, decía su abuela.

¿Abrazar a un cactus? ¿Quién sería tan tonto como para hacer eso? Pues Isabela llegaba a ese punto y más.

Sus oscuros ojos miraban de lejos a la bella chica, una sonrisa tonta que intentaba ocultar y los movimientos torpes que solía hacer estando cerca suyo. Y le molestaba, ¿Por qué se permitía esos fallos? ¿Por qué se permitía abrazar a ese estúpido y tonto cactus? Verla solo le generaba agruras, eso creía.

Un día normal en la plaza, en el que no había persona que no mirara a Isabela con ojos de adoración, claro, a excepción de su hermana menor

Con un esfuerzo sobrehumano de no distraerse con la voz melodiosa de fondo que era acompañada por una guitarra y algunos tambores. Va acomodando unos cestos de panes que su madre había horneado, solo basta con mover su brazo para adornar la mesa con hermosas flores rosadas. Los halagos no tardaron en aparecer y el breve "ugh" usual en Mirabel.

− Mirabel − se acerca a su hermana sonriendo y se inclina para poner una rosa entre su oreja y cabello − más ayuda el que no estorba.

Y la menor bien dispuesta para pelear, infla sus cachetes enrojecidos por el calor, hasta que recibe un regaño por parte de la abuela por estar haciendo muecas. La anciana entrelaza sus brazos entre los de sus nietas, camina con ellas por la plaza y saludando a unas cuantas personas.

− ¿Han escuchado que la hija de los Guzmán canta hermoso? Todo un ángel.

Y sus nervios se alborotan, con cada paso que da, se van creando flores y las buganvilias florecen en segundos. No había planeado hablarle, ni siquiera acercarse ¡Con esfuerzo podía mirarla sin sentir que caería! Y por supuesto, se tropezó con unas enredaderas que parecían querer cernirse a sus piernas para no dejarla caminar. Mirabel no tardó en notar el cambio de humor en Isabela, así que solo sonrió divertida. 

− ¡Madrigal! − se acercó dejando de lado su guitarra. La joven toma de las manos a la abuela mientras esta menciona cuanto le alegraba el verla, hasta que se giró a la morena y ahí Mirabel encontró su salida −oh Isabela, te ves tan radiante como un girasol.

Y las enredaderas la soltaron, en el volado de su falda aparecieron unas flores pequeñas, curiosas.

−¿Qué? ¿Yo? − sintió enrojecer, la abuela se mantiene expectante − tu te ves... ¿Bien?

−¿Pero qué dices, Isabela? Daniela se ve hermosa como cuando era niña − la abuela pellizca sus mejillas.

− Por supuesto que se ve hermosa, abue- digo, te v-ves bien, genial, bonita... Si, creo que me tengo que ir.

Y Mirabel moría de ganas por capturar ese momento para mostrarlo durante la cena ¿Dónde había quedado su perfecta hermana mayor?

− ¿Por qué no nos acompañas a cenar? Sería bueno verte ahí, Dolores y Luisa se alegrarán de verte.

− No dudo que Dolores ya sepa que estoy aquí − hace reír al par − ahí estaré, Alma, claro, si no es molestia para el resto de su familia − ve con duda a la nerviosa Isabela que se esfuerza por mantener unas margaritas quietas ¿Por qué se movían? Hasta las rosas parecían bailar.

−¡Si! Digo, no, me encantaría, nos encantaría tenerte en la cena.

− Bien, nos veremos esta noche entonces. Bonitas flores, Isabela − acaricia la flor en su cabello.

Sentía que se desmayaría.

La abuela la acompañó −no sin antes ver con recelo a su nieta− hasta la casa Guzmán, las perdió de vista cuando entraron, fue inevitable no ver unos pequeños cactus en macetas en uno de los balcones, si no recordaba mal, era la habitación de la joven.

Cactus | Isabela Madrigal [One-Shot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora