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CRYSTAL
Aarón vive en mi mente noche y día.
Su recuerdo viene y va, pero en cualquier momento me hallo pensando en la manera en que me observó. No me siento halagada por haber conversado por él y tampoco puedo presumir que, durante el resto de la noche, me miró desde el otro extremo del gran salón.
Desde su llegada se ha encontrado ocupado con Elysia, por lo que no ha solicitado de mi presencia y eso me ha dado tiempo para encerrarme en medio de antologías cuyas páginas se encuentran amarillentas.
Me las ingeniaré para poder preguntarle sobre la nervosis y discutir sobre medidas para controlar a la enfermedad.
En Solasta lo manejan como si fuera una plaga, a diferencia del Norte, donde al menos procuran tener zonas de cuarentena para que la infección no se esparza de peor forma. Pero en el Oeste, los enfermos están regados por las calles y sus cadáveres se pudren hasta que un Naranja contrata a alguien para llevarlos.
Los hospitales son de uso exclusivo para los niveles altos, pues a los bajos se les contesta con una visita de algún arzobispo para que bendiga a la familia y a la casa, y no se les proporcionan medicamentos, solamente plegarias inútiles. Y a los que acuden a las abandonadas clínicas, que en realidad son cabañas viejas, pasan sus últimos días acostados en el suelo apenas cubiertos por una roída cobija.
En definitiva, el sistema de salud deja mucho que desear.
Lo que más me molesta es que quieran disfrazar a la nervosis como un mal proveniente de los dioses y sus santos, en lugar de tratarla como la grave pandemia que es.
A los que contraen la infección de manera activa los exorcizan y a los latentes los obligan a ayunar y aislarse para conseguir el perdón divino. Los ven como demonios, cuando son gente que anhela sobrevivir un día más.
Varias veces le he comentado a Elysia las ideas para reformar los refugios concurridos por los más necesitados. He leído varias enciclopedias y aprendí que, en un entorno agradable, hay una probabilidad de que los enfermos presenten una buena mejoría. Si no hay una cura para la nervosis, entonces podrían descansar con tranquilidad.
Acaricio a Caramelo, quien se encuentra seguro y calientito en mi regazo. Su condición mejoró tras que consiguiera darle vitaminas y lograra curar a los rasguños provocados por el tacón de Elowyn. Agradecí a todos los santos tras asegurarme de que no tuviera hemorragias internas y que sus órganos estuvieran intactos.
Por mi parte, a diferencia de otros días, no me encuentro leyendo sobre la nervosis, sino que estoy en busca de algo que me permita saber cómo es que Rubelia provocó una guerra continental luego de rechazar al compromiso con los Linder y Lesath. Una vez que yo tenga la respuesta, evitaré a cada uno de sus errores y me marcharé rumbo a Solasta en total tranquilidad. No obstante, para ello debo encontrar a su diario y los rumores dicen que está en algún lugar oculto de la biblioteca subterránea, un lugar al que se accede con la misma llave que poseía mamá.