Capítulo 19: Confesiones dolorosas

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Amelia cerró la puerta de su camioneta, mirando hacia la casa que ahora Luisita llamaba hogar. Aunque no tan extravagante e imponente como la anterior, todavía seguía siendo impresionante y sin duda, hacía una declaración en cuanto a su condición social y su riqueza.

Suponía que los terrenos eran de por lo menos una hectárea cada uno con respecto a las casas de su alrededor. El paisaje era impecable y bien diseñado, dejando que los árboles rodearan aquel edificio.

Dió un paso hacia la acera que se curvaba perfectamente a través de los árboles, diviendo el césped en el medio. Respiró profundamente mientras se detenía ante la puerta, pensando una vez más que esto era una idea muy mala.

Su madre quería que fueran amigas, la rubia quería que fueran amigas. Pero había demasiada historia entre ellas. Demasiadas cosas sin resolver. Pero esto no era permanente. Luisita estaba casada. Fin de la historia.

Con ese pensamiento, pulsó el timbre de la puerta, escuchando el tono sutil y elegante anunciando su presencia. Luisita abrió la puerta unos segundos después, sonrojada.

- Llegas pronto. Bien. Porque estoy muy perdida.

Amelia levantó las cejas.

- Bueno, es una casa grande. Yo también me perdería.

Luisita se echó a reír con sus ojos brillantes.

- Muy graciosa. No. Digo en la cocina - aclaró.

- ¿Estás cocinando?

- Ya te dije que lo haría.

Los ojos de la morena barrieron su cuerpo. Una blusa de seda rosa, pantalones negros, pendientes de aro y maquillaje sutil, todo perfectamente congruente. Luego miró su ropa. Su mejor par de vaqueros, sus zapatillas blancas, una camiseta negra con letras.

- Debiste haberme avistado - dijo la morena - No sabía que era una cena tan formal - levantó una botella - Pero he traído vino.

- Amelia, no es una cena formal - hizo un gesto hacia su ropa - Esto es solo... no importa - sonrió de nuevo - Por favor, entra.

Amelia entró, la puerta de la entrada era grande y espaciosa. Se detuvo.

- ¿Me vas a enseñar la casa?

Luisita negó con la cabeza.

- Confía en mí, no quieres - cerró la puerta y Amelia la siguió a través de la casa, de la sala de estar. Una mirada rápida y finalmente pudo ver la cocina.

La morena se detuvo, mirando lo que sólo se podía describir como un desastre. Cuatro ollas, dos sartenes, tres tazones, todo en diferentes etapas de preparación. Se echó a reír.

- ¿Qué coño estás cocinando, Gómez?

Luisita también se rio.

- Solo... la cena.

Amelia se acercó, inspeccionó el contenido de las ollas. Una estaba llena de agua y pasta. Otra tenía verduras, todavía sin cocer. Una tercera tenía algún tipo de salsa de tomate. Miró a la rubia con las cejas levantadas.

- Parecía más fácil cuando tu madre lo hizo - levantó las manos en alto.

- ¿Mi madre?

- Ha... bueno, ha estado enseñándome a cocinar.

- Ya veo.

- Y no es como si fueses fácil de complacer - dijo Luisita señalándola - Un bistec habría sido mucho más fácil. Pero tampoco sé utilizar una parrilla de gas.

Siempre fuiste túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora