Los quejidos metafísicos danzaban en el capuz de un orden establecido, aunque ahora esa rigidez era abarloada por unas casualidades que-nadie-nunca-buscó-comprender. Entonces la ataraxia era un vago picor en los labios, una pesada memoria sin imágenes que, en una constancia insoportable, recaía sin conciencia sobre éstos; tan felizmente apelmazados en un piso silencioso, sabiéndose observados. Quizá con orbes en las paredes o en las lámparas, agazapados en los juncos de los potes o en las bombillas de las mesitas. Un panóptico impalpable, inaprensible, pero violentamente contenedor, como los vientos sujetos a las almadías de los naufragios en las aguas del sur. Un oleaje amargo, que se deslizó ligeramente sobre las enjutas, que oscuramente fue introduciéndose en el estío, fue ganando en el desacierto de la rutina y para cuando éstos se percataron, estaban consumidos por una honda angustia que los ha trastocado desde siempre.
En la profunda reflexión, Stereo confesó a Alexander. Bajo esa residencia sosegada donde ambos habían olvidado limpiar la sartén del omelette.
-Me terminaré yendo -comentó-, pero si bien la jornada devino antes la estadía será considerablemente menor.
Alexander arpegió un suspiro, se resignó enseguida.
-¿De cuánto estamos hablando? -Se sacó el pulóver, lo dobló con el antebrazo a movimientos verticales. Lo dejó encima del sofá.
-Algunas semanas. -Alexander se desconcertó, el otro lo notó a renglón seguido y, casi a modo intrínseco, sintió una profunda culpabilidad que lo asoló- Me refiero que serán dos o tres, los catedráticos me lo confirmarán. Además, no te preocupes demasiado. Quiero decir, el otro, el escritor éste que te interesa, estará dando conferencias cerca del Café Cortázar.
No respondió, la vanguardia del silencio se hizo entender por su cuenta. Stereo se acercó indiscriminadamente pero Alexander puso encima de la melena su pata oscura, una pulsión fémina o casi imperceptible lo echó atrás. A contratapa de lo que creyó, el león se vio insultado, el ademán y las contracciones, se endureció en un semblante terrible. Le echó aire, se miraron con desprecio y se desesquivaron en el inmueble, en un batallón silencioso. Dejándose los apuntes sobre Lemoir sobre esos pesados discos de bronce, el pulóver en el sofá y algunos libros de Schopenhauer sobre la tevé. Porque en esa tensión, Alexander puso un disco de Chopin encima de la maquinita. Da ese gorgoteo de las esencias y todo fue tan internamente romántico.
Comprendió [Alexander], que era necesario pensar y no aterrarse. Todo arrebato, en su postrimería, es una miseria pues, el arrebato insensato no soluciona los problemas sino que anestesia la rabia. Además, hace tantas jornadas había intentado pensar, y en la culminación algo lo irrumpía con impaciencia.
-¿Usarás el auto? -Preguntó Alexander, con el ceño fruncido, con la máxima irreverencia en tanto a negación. Ni siquiera quiso mirarlo, o acercarse. Le habló de lejos, como si eso fuese terrible.
-No. -Respondió.
Cesó el intercambio. Stereo se encerró en la habitación, y Alexander se supo solo de nuevo. Cargó otro disco de Chopin, un nerviosismo a través de la sala, como si se tratase de un estertor o un balbuceo, como si hubiese una puerta condenada y recóndita con bebés detrás, llorando y moqueando con broncoespasmos embroncados. O adosados de palmeras, y en los troncos un señor con barba, una húmeda y tosca por tanto llorar y fumar. Tintineó el si sostenido y se contuvo en una soberana suspensión que empujó a Alexander a la dureza de los cojines. Una resolución en un sol adosado de la magnificencia del pianista polonés y el otro se cruzó de piernas, se tributó al pensamiento en un tratamiento de efusividad resolutiva; el objeto de la panterita no era sobrevivir sino ahora, contratacar. O huir, pero siempre esa palabra, porque huir no es ir para adelante sino retirarse, y si fuese de la muerte la contrarrepuesta es aún más veloz porque, es una huida sin sentido. En efecto, la inversión al imperativo aclamada un sentido, sin embargo tan solo reaccionamos ante lo dado y nada ha empezado desde cero. Porque hay algo previo frente a lo que respondemos. Pero lo previo viene con un orden. Tal vez, una huida apasionada para arrebatar el orden establecido, y la circunferencia de todos los pensamientos metafísicos no sean más que un deleznable pretexto para permanecer en ese estado de huida infinita. Alexander telefoneó. Stereo estaba preparando las valijas.
-Hi -dijo, enrulando el dedito en el resorte-, how are you?
-So you deigned to call, -una voz ronca y vibrante, que sacude los oídos de uno e impone sin tregua- Panthy.
-Yeah... I was wondering if I could.
-Sure.
-Thanks.
Un pitido y una recursión de la misma escala en si sostenido, basada en soles y mis y de la nada un acorde: el nocturno había terminado. Como Alexander, embardunado en un soporte recién construido. Éste fue a la habitación, se miraron con Stereo pero siendo auténticamente conscientes de sus papeles se carcomieron en el menester de olerse y mirarse. La pantera sacó una valija del ropero, el león -en efecto- tuvo una incertidumbre que era lo suficientemente rebasada por el resentimiento que se redujo a la más nítida ignorancia. Stereo se acercó a Alexander, lo tomó por la espalda. Alexander tanteó un porrazo, Stereo lo recibió con sin inmutabilidad.
-Perdón.
-No es eso -Alexander dejó a la molestia y se amoldó a los brazos del otro-, ni siquiera por la propia intromisión o irresponsabilidad. Es más bien lo que conlleva estar solo, y no por sí mismo, sino por todo lo que ha estado pasando.
-Podrías irte a lo de Montepellier, o a lo de tu madre. Puedo llevarte, en verdad no tengo problema.
-Llamé a...
-¿Lo llamaste a él! -Stereo se alejó, espantado, temblando y enfurecido.
Alexander no respondió.
-Está bien, tratemos de no alterarnos. Tan solo ve, lleva algo. Ya sabes cómo hacer.
-Sí.
-Bueno.
Un encuentro fortuito, pero se desesquivaron de nuevo. Porque la huida ha sido siempre una huida. Ninguno estaba en condiciones de sobrellevar el pensamiento como fruto de una angustia insoportable, pero estaban lo suficientemente capacitados como para ejercer o al menos intentar una solución. No obstante, la solución no debe ser regresiva.Stereo siempre ha tenido una pericia para la elaboración de este tipo de bagajes. En un precepto matemático. Un denominador común obtenido en cuanto a cantidad de días, suposición de prontitudes y personalidades. Jamás ha logrado ser preciso pero, en efecto, siempre ha sido una aproximación suficiente para el efugio de inconvenientes. Por tanto, ayudó a Alexander -con suma desgana y repudio-, pero lo ayudó. Ahora la atención se las llevaban las valijas, estaban recostados y la vibrante y espontánea aparición de dos cajas en un rincón. Estaban documentadas y petrificadas como designio de libertad. Pero de qué libertad, si la huida era forzada. Hasta quizás inevitable. Tanto de ese modo, que los postes de alumbrado siempre han seguido, rociados y húmedos. Alexander estaba recostado en la cama, babeando. Stereo tan solo lo miraba.
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Laurel
Mystery / ThrillerRetenidos en el sórdido vestigio de la normalidad, en el supuesto cotidiano, las cosas comenzaron a suceder.