Un Escape Al Infierno De Rech

VIII

Para mayor experiencia te recomiendo escuchar "Experience" de ludovico einaudi.

RECH

El orfanato.

Santa Clara era más que un centro donde las adopciones fallidas eran dejadas y olvidadas, hasta que se conviertan en adultos legales y se marcharan.
Era el infierno.

Se Bondadoso,  se santo, se voluntarioso.

Frase que debíamos repetir cada mañana y cada noche sin falta. Palabras lejanas de la belleza de su significado. Para mí. Esa frase marcó el inicio de la penumbra que mi niñez fue sentenciado. Nada de aquí es bondadoso. Nada de aquí es santo porque ha sido manchado. Nada de aquí es voluntarioso cuando te han quitado incluso ese derecho.

Las puertas del gran comedor se abren con un ruido estridente que congeló a todos los niños y adolescentes que estaban sentados en los bancos comiendo el almuerzo de hoy. Puré con un trozo de carne.

—Entra, pedazo de mierda.

Ninguno se movió de sus lugares cuando Tim fue arrojado dentro violentamente. Está sangrando. Lo veo desde mi posición. El muchacho de apenas seis años cayó ante nuestros ojos temerosos como un juguete desechado, un maldito juguete sin  derecho a exigir nada en absoluto.

Nos permitimos soltar el aire retenido una vez las puertas vuelven a cerrarse. El silencio pesado es interrumpido por los quejidos lastimeros de Tim. Soy el primero en moverme del banco, y arrodillado frente a él, levanté su cabeza y la coloqué en mi regazo. Han sido duro con él. 

—Tim. —susurro y veo su cuello con hematomas rojas. Le han negado el oxígeno mientras lo torturaban.

Los labios de Tim intentan hablar, pero el dolor insoportable que debe estar sintiendo no lo deja ni siquiera tomar aire correctamente. Sentí la impotencia. Deseé soportar toda la dolencia por él, era lo único que podía hacer, ya que no podía ayudarlo en los momentos cuando el hombre abominable venía a buscarlo para llevarlo a la capilla con el sacerdote.

Se Bondadoso.

Se Santo.

Se Voluntarioso.

La grava cruje bajo las suelas de mis zapatos mientras me dirijo a la puerta principal. La vieja iglesia está casi vacía, excepto por mí y el hombre arrodillado en el primer banco. Mis pasos son controlados a medida avanzo en medio de las dos hileras de bancos que me rodean en ambos costados. Ignoro las figuras de los santos de rostros lastimeros y finjo no reconocer los vitrales decadentes con imágenes provenientes de los pasajes de la biblia, concretamente el evangelio de San Mateo.

No se percata de mi presencia, tampoco sus oídos captan el ruido que hice al sentarme detrás de él. Tan concentrado en sus rezos venenos que al momento de ponerse de pie y dar la vuelta su cuerpo da un pequeño sobresalto.

—Tanto tiempo sin verte. —digo sin verle directamente.

Tengo la vista puesta en el Jesús crucificado. Siempre he sentido resentimiento hacia las figuras religiosas. Ninguno contestó mi clamor mientras mi corazón era destrozado por mil espadas. Hamilton una vez confesó que la mujer que me dio a luz era creyente y mi nombre es producto de su santa devoción.

“Que Dios te responda cuando estés en angustia, que él te proteja y te envíe ayuda. Que te conceda siempre su apoyo"

Hamilton pronunció ese versículo amado por mi madre cuando finalmente me encontró.