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Un joven de 18 años caminaba tranquilamente por las calles de Japón, el verano estaba a una semana de terminar y el cambió en el color de las hojas de los árboles confirmaban la llegada del otoño. Le gustaba esta época del año, no hacia ni mucho frío ni mucho calor.

Al pasar cerca de un parque, no pudo evitar detenerse y dirigir su mirada hacia los juegos infantiles con una creciente e inevitable sonrisa en su rostro al ver a los niños correr y reír, pero esta sonrisa se borró y tuvo que continuar con su camino.

Siempre terminaba sintiéndose mal al observar a los niños con sus familiares. No porque no le gustará, sino porque eso sería algo que él nunca podría tener de forma natural. Su pareja no tenía la capacidad de tener hijos porque no había nacido como un doncel, lo cual no era algo malo. Después de todo, ese detalle no cambiaba sus sentimientos por el otro.

Además, sería cuestión de tiempo para que esa idea de tener un hijo de su propia sangre se le fuera de su cabeza, se desvanecería y continuaría con su día a día

Algo le golpeó la cabeza e instintivamente atrapo esa cosa entre sus manos, percatándose que ese 'Algo' no era nada más ni nada menos que una pelota plástica de color azul.

Extrañado alzó una ceja, pero segundos después pudo sentir como alguien tiraba de su pantalón para llamar su atención. Al bajar la mirada, sus ojos se toparon con los de un niño pequeño.

-Di-disculpe señor, ¿Podría darme mi pelota? - Dijo el pequeño con timidez, el pelirrojo le sonrió y le devolvió la pelota. - ¡Gracias! - El niño se fue corriendo sin tener nada más que acotarle, mientras que el joven solo sonrió y siguió con su camino hacia la estación de trenes.

(...)

-He vuelto.- Dijo el pelirrojo desde la entrada, quitándose los zapatos para poder ingresar al resto de su departamento.

Un rubio de ojos rojos salió de la cocina con un delantal negro puesto. -Bienvenido, Eijirō.

El nombrado sonrió y sin poder evitarlo abrazo a su esposo, quien quitándoselo de encima le dijo: -Lávate las manos y pon las cosas en la mesa, la comida está lista.

Eijiro simplemente obedeció, se lavó las manos y regreso a la cocina para acarrear los manteles, los platos, vasos y cubiertos hacía la mesa del comedor.

-¿Cómo te fue en el trabajo? - Pregunto Katsuki mientras llevaba a la mesa una pequeña olla.

-Todo tranquilo.- Respondió Eijirō mientras le servía la comida a su esposo, para luego servirse a sí mismo. -Seguimos investigando al villano de sombras, pero no hemos avanzado mucho en ello. ¿Sabías que existe un poder que convierte a las personas en personajes de caricaturas?

Katsuki dejó de comer y vio al menor con cara de "¿Qué mierda?"

-No me veas así, de verdad existe y su portador está en Francia. Ese poder apareció en 1925 con Nathan Berger- El rubio tragó el bocado que tenía en la boca y luego sonrió burlonamente al darse cuenta de que su pareja no titubeo al decir ese dato.

-Sabes esas cosas a la perfección, pero no puedes recordar las malditas fechas de la primera y segunda Guerra mundial.- Comentó de forma burlesca, aguantándose la risa al ver la cara que puso su esposo.

Por otro lado, el pelirrojo casi se atraganta con su comida.

-¡No es mi culpa que las fechas sean tan parecidas!

-Una es de 1914 a 1918 y la otra de 1939 a 1945. ¿En dónde está lo parecido?

El rostro del pelirrojo se enrojecido, decidió no decir nada al respecto para ahorrarse arder en vida. Miro por el rabillo del ojo el rostro del rubio, percatándose que llevaba una de esas sonrisas típicas suyas, unas que sólo guardaba para él. No pudo evitar sonreírle de igual manera. Lo ama y nada podría cambiar sus sentimientos hacia esa persona. Aún si la muerte los separara, sabía que al volver a nacer en otra vida, sus sentimientos permanecerían inamovibles.

¡Tengamos un bebé! [En Pausa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora