5. El hombre de mis sueños

408 58 1
                                    

Camila calculó sus posibilidades, sus movimientos. ¿En cuánto tiempo podría acabar con todos estos humanos antes de que alguna de esas armas se le clavase en el corazón, causando que se desmaye? Porque entonces estaría vulnerable. O antes de que alguno de los discos que sostienen aquellos hombres le rebane el cuello.

Los trece corazones latían con fuerza, como caballos desbocados. El rubio se echó a reír con malicia, aferrándose a su arma. Jamás había visto humanos atacando vampiros. Solos no tendrían posibilidad, pero juntos, en manada, claro que sí la tenían. Camila creía que ningún humano tenía conocimiento de los vampiros. Sólo unos pocos sabían el secreto, y quienes se enteraban por error, morían misteriosamente.

Eran cazadores. Estaban preparados para matarla. Iban bien armados, justo para matar a criaturas como ella. El mismo uniforme negro reforzado; todos con las cabezas rapadas a excepción de las mujeres. Pero había algo más, algo extraño. Los trece tenían tatuajes de diversos colores dando forma a criaturas, algunos animales conocidos y otros no tanto, seguramente elementales. Y no sólo eso, también tenían tatuadas armas: espadas, dagas, cuchillas, arcos, flechas, mandobles, oz, hachas, y muchas más armas que Camila no pudo identificar, pero con aspecto feroz y mortal.

En el pecho del rubio sobresalía por el cuello del chaleco el tatuaje de una espada torcida. El compañero moreno que tenía al lado llevaba en el brazo derecho el tatuaje de un tigre gruñendo. Camila podía jurar que vio cómo se movía, abriendo más las fauces.

Los tatuajes lucían extraños por la intensidad con la que brillaban sobre la piel, hechos con una tinta extraña, que parecía salirse de la piel. Una piel que servía como paisaje a un mundo de seres y objetos que vivían en ella.

Pero lo que llamó la atención de Camila fue uno de los hombres. Estaba de pie sobre el tejado más cercano a ella, sosteniendo un mandoble pesado y elegante; llevaba puesto un chaleco de cazador con una capucha encima, dejando entrever una especie de mapa tatuado en brazos, pecho y rostro, formado por serpientes y raíces de árboles que se cruzaban en caminos y señalaban senderos, además de circunferencias fascinantes que indicaban tierras desconocidas. El mapa parecía recorrer todo su cuerpo.  

Una cazadora a su lado apuntaba a Camila con una ballesta cargada. En el brazo que sujetaba el arma tenía un dragón rojo que le recorría desde hombro hasta las uñas de la mano. Entonces el dragón se movió. Abrió las fauces y la cola, comenzando a serpentear por el brazo, subiendo por el cuello para detenerse en el otro brazo, como si se estuviese acomodando.

Camila se quedó muda de la impresión. Aunque quisiera, jamás estaría preparada para todo lo que existía en el Mundo Sobrenatural. ¿Criaturas que viven en la piel?

— ¿Ahora por fin dejaras de ser valiente?—preguntó el rubio, desbordando arrogancia.

En cualquier momento comenzaría la batalla. Camila tenía que ser rápida y esquivar, ya que después de unos segundos llegó a la conclusión de que no sería capaz de matarlos. El remordimiento sería terrible. Pero eso no era lo peor. Lo peor pasaría si el fuego surgía por beber sangre, por asesinar.

— Sólo si tú dejas de ser un idiota—respondió Camila con voz neutra. No debo matarlos. No pedo matarlos, pensó. El rubio se echó a reír.

— Ya me estoy aburriendo—dijo el moreno a su lado, bostezando exageradamente—. Creo que deberíamos utilizar los Velmaz con ella.

— No. No vale la pena—soltó el rubio.

Camila se inclinó y tensó los músculos, utilizando los sentidos para detectar quién lanzaba el primer ataque y por lo tanto hacia dónde debía esquivar y echarse a correr. Si corría no la alcanzarían.

GUERRA DE FUEGO Y SOMBRAS Vol. II, de la saga Monstruos©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora