Cuando terminé de leer la carta, la saqué de la amarra que la conectaba al globo, doblé y eché en mi bolsillo. Cerré mi casillero a mis espaldas y me dispuse a irme, pero estaba paralizado.
Delante de mí, pasaban personas —más que nada adolescentes— de todas las edades. Todos llevaban al menos un globo de helio en forma de corazón, de variados colores. La actividad de San Valentín, en la que yo había ayudado ese año, había sido un éxito, pero tener un globo rojo (te amo/me gustas) entre mis dedos me hacía sentir extraño.
Al salir del colegio me encontré con el sol viperino. La mayoría de talleres que se imparten en mi colegio durante las vacaciones habían terminado, por lo que atisbé el paradero, a donde me dirigía, muy concurrido.
Cuando llegué, me encontré con un muchacho maceteado, alto, rubio, de sonrisa radiante, que sostenía más de diez globos, y quien al verme con el mío rojo arqueó las cejas sorprendido.
(...)
Solo hay dos cosas que me causan risa:
El video donde Felipe se cae del columpio.
La risa de Felipe.
Por eso, por más que quise mostrarme enfadado e ignorarlo en el bus, por haberse burlado de mí, mis comisuras temblaban y mis ojos se aguaban, al intentar mantener la boca fruncida, aguantando la risa.
Hasta que me rendí. Sonreí. Descrucé mis brazos, me volví en su dirección y le quité la carta.
—Basta —me quejé, y otra vez quise ponerme serio, pero cometí el error de mirarlo.
Su cara (en ese entonces roja, arrugada, con sus ojos azules saltones y su boca en una mueca que expresaba sufrimiento) se cernió sobre mí. Escuchaba el silbido entrecortado de su risa. Como el sonido que emitía el pingüino de Toy Story.
—Ay... Es lo más tierno, ingenioso y creativo que he visto en mi vida —reflexionó, cuando medio que se calmó.
—Te juro que no entiendo... nada.
—Le gustas a una persona, quiere que se vean el viernes en el lugar de siempre, ¿qué no entiendes? Y ahora vamos, dime quien es.
—¡Pipe, te estoy diciendo que no sé! ¡Que no tiene sentido!
Me miró entrecerrando los ojos. Juzgándome.
—Bueno... Te creo. Pero no digas que no tiene sentido, vamos a averiguar quién es —dijo animada y decididamente.
Quise oponerme, contrariarlo otra vez, explicándole que no tenía sentido buscar una explicación que no había. Buscar a una persona que no existía.
Suspiré y miré hacia la ventana a mi derecha.
De repente, el foco se me alumbró.
—¡Teresa!
Felipe frunció el ceño.
—¿Teresita? ¿Mi Teresita?
—¡Sí! Tu hermana hace cosas bonitas, como estas.
—Sí, pero... ella solo envió un globo. Uno azul, a Ignacio. —Los globos azules eran para las amistades.
—Obviamente lo oculto de ti. Pero no entiendo... ¿por qué le gusto a Teresa? Hablamos muy poco.
—¿Porque no le gustas a Teresa, quizá?
Bajé la cabeza. Tenía razón.
Volví a mirar por la ventana. Faltaba poco para llegar a nuestro barrio. Comencé a pensar otra vez. En mis conocidos, en mis compañeros de curso, en mis experiencias amorosas.
«Vanesa una vez me besó en quinto..., pero ella está muy feliz con Camila... Y no tendría sentido que yo le guste después de tanto tiempo», la descarté.
Y ya. No tenía muchas opciones que analizar.
Solo me quedaba Felipe..., mi mejor amigo. Quien se acababa de reír a carcajada limpia leyendo la carta. Si fuera él, simplemente me lo hubiera dicho. No es de las personas que se confiesan. Él "deja que las cosas fluyan".
Estaba más que convencido de que no era él, aunque al mismo tiempo me fue difícil descartarlo. Ya que también, era el único chico cercano que conocía que pudiera sentir interés por un hombre. Felipe, quien siempre dice que es del pueblo y para el pueblo.
Giré mi cabeza en su dirección. Me lo encontré enseñando sus incisivos, con la nariz arrugada, imitando a un conejo. Volví mi cabeza a la calle rápidamente, sintiendo su risa.
—Por cierto, acá está tu globito amiguito —dijo de repente. Buscó entre la maraña de nudos en la palma de su mano y me entregó un globo azul.
—Gracias. —Sonreí y abrí la carta al final del hilo. Pegada en el centro había una imagen de un pantallazo del video donde Felipe se cae del columpio. El momento exacto de la caída.
Estallé en risas, me tapé la cara con la carta y apoyé mi cabeza en su hombro.
—Sé cuanto te gusta ese video. —Negó con la cabeza.
—Te caíste... te caíste del columpio... —hablé como un borrachito, mientras seguía riendo.
—Uf... —dijo mirándome como decepcionado.
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Frotarnos la nariz como conejos
Short StoryEl 14 de febrero la escuela de Antonio celebra San Valentín con una bonita actividad: Globos De Amor, en la que este año, él decidió ayudar para conseguir algún crédito extra y hacer sus vacaciones más llevaderas. Pero grande es su sorpresa cuando...