5 "El viernes en el lugar de siempre"

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Estaba en mi cama. Mis ojos ardían. Había llorado mucho.

Era la noche del viernes.

No me había juntado con nadie durante el día, la tarde ni la noche. Yo estúpidamente me había arreglado, con la esperanza de que en un último momento me diese cuenta de quien era la persona de la carta y adonde tenía que ir.

Sentía mis labios salados por las lágrimas que se habían colado en ellos.

De repente, escuché como se habría mi ventana y algo entraba por ella. Luego, una gran sombra se proyectó en mi pared, y un peso se cernió sobre mí, para pasar al otro lado de la cama. Yo fingí estar dormido, no quería que Felipe me preguntase nada.

Sin embargo, después de unos minutos, no pude evitar abrir los ojos. Su rostro estaba a diez centímetros del mío, apacible.

Hace dos años, me habría sonrojado, lo hubiera empujado nervioso o habría buscado a toda costa alejarme de él. Ahora, solo lo primero me pasó. No tenía miedo. Había aprendido a controlar los nervios como un profesional, hasta casi no sentirlos. 

Cuando supe de mis sentimientos hacia él, los reconocí, pero también comprometí a esconderlos. Aprendí a vivir con la fervor que me produce su mirada, su atención. Y el hormigueo que me despierta su tacto.

—No supe quien era Pipe —mi voz se cortó.

El frunció el ceño ligeramente, preocupado.

—¿No se juntaron?

Negué con la cabeza.

—¡Con quién se suponía que debía juntarme!

Guardó silencio. Prefiriendo escucharme.

—Me siento mal... No puedo dejar de pensar que dejé plantada a una persona en algún lugar... A quien me hizo esa cartita tan bonita... Y que yo ni siquiera pude saber quién era. Me sentía tan especial de saber que le gusto a alguien..., pero arruiné todo. Soy un inútil.

—Tranquilo —me consoló, pero sonrió, como diciendo: "Sí. Eres muy inútil Antonio".

Decidí que lo mejor era dejar pasar el mal rato. Tomarlo con humor. Entonces, le conté que me había puesto esas bermudas y camisa morada, mi mejor conjunto. Qué había estado atento al portón de la casa, si es que quizá llegaba Gonzalo. Y que había revisado vuelos que habían aterrizado en fechas cercanas, por si como había dicho él, Samuel me había preparado una sorpresa.

Me vi riendo solo, ya mucho más calmado. Felipe no decía nada. Se mantenía taciturno, sonreía ante las cosas que me hacían reír, pero no acotaba nada ni me seguía el juego.

Volví a estar frente a él, a diez centímetros de su cara, con las manos en mi pecho.

—¿Hoy yo soy el extrovertido y tú el introvertido?

Sonrió levemente.

—¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan callado? —murmuré.

—Nada —dijo en voz baja, lo cual hizo que su voz sonara muy grave. 

Mi piel se erizó.

Cerré los ojos, no con la intención de dormir, sino descansar. Sentía la respiración lenta y profunda de Felipe. Su aliento a tabaco de canela y chicle de sandía. También había aprendido a no derretirme ante ese olor.

Y estaba tan cerca esa vez.

Mi cama es de una plaza y media. Para Felipe sería perfecta. Pero para los dos se queda chica.

Deduje que se había dormido.

Sentí la punta de su nariz tocar la mía.

Luego su frente.

«Frotarnos la nariz como conejos...», recordé

Abrí los ojos. Felipe no estaba durmiendo.

Eché la cabeza para atrás tan rápido, que me pegué con mi velador.

Mis labios temblaron. Mi cuerpo entero tembló.

Y entonces..., comprendí. Estábamos una noche de viernes en el lugar de siempre.

—Pipe... —apenas me salió la voz.

—Solo sí o no, recuerda —susurró antes de que pudiera seguir hablando.

Nos incorporamos. Me miraba suplicante, como esforzándose por no morirse de vergüenza.

Yo me lancé a su cuello y le di un beso.

Cuando separé mi cabeza, lo encontré mirándome aturdido.

—¿Por qué no solo me dijiste? ¡Y te hiciste el tonto! —Mi voz salió temblorosa, recayéndome la vergüenza por haberlo besado así tan desesperadamente.

—¡Es que...! ¡Entré en pánico cuando no te dabas cuenta! Pensaba que lo sabrías instantáneamente. ¡Dibujé hasta tu casita!

—Cierto, soy un estúpido... Pipe a mí... me has gustado toda la vida. —No supe en qué momento volví a llorar.

—¿Enserio? Pero...

—Sí... Y sí —sonreí.

—¡¿Por qué tampoco me dijiste?! —Agarró mi cintura y me atrajo hacia él con desespero.

Casi me desvanecí.

—Lento, por favor... —suspiré—. Aún estoy agarrando señal.

Se rio. Yo sentí una gota de sudor bajando por mi espalda.

Me recostó en la cama. Aplastándome. Yo agarré sus grandes brazos, correspondí su beso y enterré mi mano en su cabello rubio. Su nuca sudaba al igual que la mía.

Esa noche conversamos y reímos hasta tarde, nos besamos a escondidas, apretamos la cintura, dormimos haciendo cucharita, una muy calentita.

Y nos frotamos las narices como conejos.


 ₍ᐢ..ᐢ₎ 


Hola, ¿cómo están? Espero que les haya gustado esta historia cortita que escribí para el concurso Azúcar, flores y multicolores de la cuenta WattpadLGBTQ-ES. Si mi historia fue seleccionada, gracias de antemano por darme una oportunidad y haber llegado hasta acá. 

El disparador que elegí fue el número uno (aquí se los dejo): Es San Valentín en la preparatoria, todos están recibiendo cartas, pero tu protagonista sabe que no recibirá porque no es muy popular entre sus compañeros, sin embargo, a sus manos llega una carta con su nombre, y no solo eso, sino una declaración de amor con pequeño mapa que le ayudará a descubrir quién es el emisor. 

Cuídense mucho, espero que estén disfrutando sus vacaciones y pasen un bonito San Valentín (falta como un mes, lo sé ndjndb), les amo♡

—Dolly

Frotarnos la nariz como conejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora