Capitulo 2

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"Camila tenía los nervios de punta durante la espera; estaba literalmente temblando. No debía haber permitido que Luisana la convenciera; ni siquiera con el argumento de que la mirada petrificada de Benjamín Rojas repararía todas sus heridas. «Dulce venganza», le había dicho. Pero en ese momento, no creía que la representación pudiera servir de nada. Se disgustaría enormemente si Benjamín no la reconociera o no la recordara, pero también la molestaría todo lo contrario.
Sin embargo, allí estaba, en la puerta de una carpa. Demasiado tarde para cancelar la actuación. En el interior, alguien estaba leyendo un discurso que provocaba verdaderas carcajadas. Había alrededor de cien invitados, todos vestidos de noche. Luisana había podido comprobar que se trataba de una multitud adinerada.
Los laterales de la carpa eran de plástico transparente para que los invitados pudieran disfrutar de las hermosas vistas. Se veía todo el puerto, el espléndido puente colgante y el maravilloso espectáculo de luces que ofrecía Bueno Aires de noche.
Camila estaba esperando fuera, escondida tras el coche, mientras su amiga observaba los acontecimientos desde la puerta. Cuando llegara el momento oportuno, le haría la señal acordada.
La proximidad del coche la consolaba un poco: al menos podría salir corriendo si algo salía mal. «Diez minutos», pensó, solo diez minutos haciendo de hada y después podría marcharse. Luisana se había vestido elegantemente para la ocasión: llevaba un vestido de satén verde que se ajustaba perfectamente a su figura. Estaba muy atractiva. Era obvio que su intención era quedarse, pero le había prometido que ella misma la llevaría a casa si así lo deseaba.

La gente estalló en aplausos y el corazón de Camila comenzó a latir desaforadamente. Luisana levantó la mano, la señal para empezar. Camila cerró los ojos durante un segundo y rezó para que sus alas no se desprendieran, para que la cola no se le enganchara en ningún sitio, para que sus cuerdas vocales no le fallaran, para que el mecanismo de los polvos mágicos funcionara a la primera. «Que sea una actuación perfecta», rogó.

Felipe Colombo sonrió a su audiencia cuando el aplauso cesó.

- ¡Por favor! ¡Continuad en vuestros asientos! Tenemos una pequeña sorpresa para Benja. Espero que añada un poco de magia a este día tan importante de su treinta cumpleaños.

De las mesas se elevó un murmullo de curiosidad. Después, con paso altanero, se bajó del escenario y se dirigió a la mesa que compartía con su amigo. No cabía ninguna duda de que Felipe tenía un buen día, pensó Benjamín. Había leído un discurso muy entretenido y ahora se sacaba otra sorpresa de la chistera.
En ese momento, comenzaron a escucharse exclamaciones de sorpresa; « ¡OH!, ¡vaya!, ¡mira!»

Benjamín se volvió. Al principio, no podía dar crédito a sus ojos: ¿una increíble y radiante pelirroja con dos alas transparentes? Después, cuando pudo verla mejor, lo entendió todo y estalló en carcajadas: su socio le había conseguido un hada de cuento ¡y con varita mágica y todo!

-Un poco infantil ¿No te parece Felipe? -intervino María.

Benjamín apretó los dientes mordiéndose la lengua para no mandarla a paseo. Pero Felipe le lanzó una sonrisa de satisfacción.

-Le estoy ofreciendo a Benjamín un toque de romanticismo, María. Realmente lo necesita.

Benjamín sintió cómo la mujer farfullaba algo. Ella, por supuesto, no podía entender la broma. Pero a él ya no le importaba lo que pudiera pensar o hacer. De hecho, si aquella varita la hacía desaparecer, mucho mejor.
Benjamín sonrió al hada. No la dejaría olvidada en una repisa si la tuviera para él y tampoco necesitaría mucha magia para reavivar su deseo. Era la mejor fantasía que había visto en carne y hueso. ¡Y menuda carne!
El traslúcido traje de noche brillaba con centelleos de plata perfilando unas fantásticas curvas. La tela ceñida revelaba que debajo no había ningún artificio. Todo natural y tan perfecto, que parecía que acababa de surgir de las páginas de un cuento.
Su preciosa cara estaba iluminada por una sonrisa que podría derretir el corazón de cualquier hombre. En el pelo llevaba una delicada tiara de brillantes que la hacían aún más hermosa. Todo su atuendo estaba rematado por dos alas tejidas con filigrana de plata.
«Sin ninguna duda, un hada de verdad», pensó Benja anhelando que le concediera un deseo: que se quedara en la fiesta para hacer magia juntos.

La venganza es dulce (adaptada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora