LLUVIA

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A veces los vínculos familiares y los recuerdos se vuelven en nuestra contra.

En la mente de Lucia aún estaba ese hombre que antes de que su madre muriese la llenaba de besos al llegar a casa de trabajar. Aquel hombre que ahora estaba detrás de la puerta de su habitación no era más que la peor versión del que decía ser su padre, un dicho que Lucia se negaba a aceptar.

Y ahí de cunclillas en su habitación, abrazando sus piernas y cubriéndose los oidos, estaba ella de unos 19 años, llorando en silencio y soltando porqués inaudibles.

Lucia sabía que detrás de su puerta estaba aquel mounstro que había tomado la apariencia de su padre para atormentarla. Con la camiseta de la selección nacional y una botella de cerveza a medio beber en su mano derecha, le gritaba mil y un insultos sin razón, mientras que su mano izquierda hecha puño golpeaba la puerta de roble.

El amor, el amor es realmente doloroso teniendo en cuenta que por amor podemos hacer hasta lo impensable. Lucia aun amaba a su padre, talvez en realidad amaba el recuerdo de lo que en un pasado fue él, porque como ya se había mencionado y Lucia no se cansaba de repetir, aquel que ahora tenía en su vida no era su padre, era un mounstro.

Tener la mayoría de edad no le había servido de nada para alejarse de las garras de su padre, ahora agresivo y alcohólico. Su conciencia al recordar que había dejado a su padre solo, siempre hacia que ella no durace más de una semana en un cuarto de hotel. Porque en algún momento todos nos mentimos a nosotros mismos, nos autoconvencemos, aún si al final del día siempre somos concientes de la verdad, querramos o no.

"Volveré a casa hasta encontrar una habitación que pueda alquilar."

Esa era su excusa para regresar a casa, una casa en la que felíz no podría ser a menos que su padre muriese.

El solo pensamiento de la muerte de su padre, a Lucia, le traía sentimientos contradictorios. Pensar en la tranquilidad y a la vez sentirse mal porque la idea de la muerte de su padre no le disgustaba en su totalidad.

De repente pudo escuchar un tap constante en el techo de madera. Una casa rústica que guardaba dentro de ella los recuerdos de su niñez y ahora la melodía de la lluvia distrayendola del mal sabor que le traía escuchar los gritos inentendibles de su padre.

Lucia solo esperaba pacientemente que su padre, por efectos del alcohol, se durmiese para hacer aquello que acostumbraba hacer, cada que llovía, fuera de casa.

A unas cuadras de aquella casa que guardaba todo tipo de situaciones inhumanas estaba Joshua de rodillas al lado de la cama apoyado en el borde de esta sobre sus brazos.

Caricias leves, casi imperceptibles hechas por una mano arrugada casi huesuda, era de lo que disfrutaba Joshua. Su madre enferma y postrada en su cama le daba un relajo luego de haber laborado todo el día, él podía aún sentir el aroma de mamá emanar del cuerpo recostado, pero a medida que pasaba el tiempo ese aroma caracterizante de su mamá de iba yendo dándole paso al olor de medicinas y alcohol etílico.

Joshua había gozado de una niñez extraordinaria, hasta los 15 años, en el que sus padres se separaron y su padre, como todo un hombre cobarde, desapareció. Su madre siempre había sido una persona enfermiza, algo que en su tiempo su padre se empeñaba en decir que era una característica atrayente para que la cuidase como una bebé, si claro. Ella solo resistió 2 años trabajando de día a día. Justo cuando Joshua terminó su secundaria a los 17 años, en vez de estudiar para ir a la universidad y convertirse en un gran arquitecto, empezó a trabajar. Tenía ahorrado para la universidad, pero habían terminado usando ese dinero para pagar el hospital cuando su mamá se ponía grave. Joshua llevaba así 3 años, trabajando sin descanso y cuidando de su madre.

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