III

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𝐒𝐂𝐑𝐄𝐀𝐌

Aspiró la fragancia que inundaba la habitación, una mezcla entre cítricos y madera y libros viejos. Ese aroma, por alguna razón que no lograba comprender, evocaba el recuerdo de una calurosa tarde veraniega cerca de la costa en Louisiana. Casi podría asegurar que estaba ahí: el aire era húmedo, la arena aún estaba tibia pues no tenía mucho que el sol se había ocultado, pero las olas del mar rompiendo contra sus pies descalzos eran frías. No estaba seguro de si se trataba de su imaginación tan vívida reviviendo un recuerdo que poseía consciencia propia o si seguía dormido.

Y de pronto abrió los ojos encontrándose en la habitación en la que no recordaba haber dormido. Lo primero fue la oscuridad, un momento azul atrapado entre la noche y el alba, o tal vez era purpúreo y estaba aprisionado entre el ocaso y la noche. Sólo había el sonido del reloj que se escuchaba como las burbujas de un acuario, y el que venía de la ventana medio abierta que hacía un infernal golpeteo provocado por el viento que la hacía moverse y un goteo constante pero lento.

Cuando la primera gota que cayó al suelo salpicó la puntera de su zapato, le pareció que la habitación se hacía cada vez más y más pequeña hasta que su existencia parecía incluso más diminuta en contraste con la inmensidad del universo. Era asfixiante. O al menos lo sería si la humedad comenzara a extenderse, a inundar la habitación como una pequeña isla que se extinguía en la extensión del océano. Hizo una mueca al mirar al suelo, ya está, estos zapatos están arruinados como tu elegante mantel con esa espantosa mancha del vino que derramó en nuestra mesa.

Se dirigió al baño completamente fastidiado, tendría que quitar esa horrible mancha de la puntera de su zapato porque Hannibal haría un drama; podía imaginarlo, lo llevaría con el zapatero a tres horas fuera de la ciudad y más tarde con su sastre, porque no tendría nada que no fuera perfecto, nada que no estuviese a su medida, nada que él no hubiera proveído, nada que no lo hiciera ver elegante al ir a la ópera y la pérdida de unos zapatos por una mancha ameritaba un guardarropa nuevo. Pensó, mientras abría la puerta del baño, que aún entonces, el Dr. Ruggeri seguía siendo un hombre descortés, te lo dije, Will, las personas como él no tienen remedio.

Al dejar correr el agua de nuevo sintió que estaba en la costas de Louisiana, o más bien en la costa a la que habían llegado tras ser expulsados del paraíso, o tal vez estaban en las playas de La Habana. El sonido y la sensación del agua tibia le agradaba, no necesitaba más porque ese calor se traducía en cariño, el cariño del erotismo que compartía por las noches con su hombre de la oscuridad, el cariño de Molly, el cariño de sus perros. Pero de pronto el sonido dejó de ser para volverse ruido, y no escuchaba la playa o las olas o a los perros o a Molly decirle que lo amaba; de pronto era la noche cayendo sobre sus hombros en un grito.

Recordaba el sonido como una ópera, un acto pretencioso como todo lo que hacía. Percusión al abrir la puerta, el golpeteo de los pasos, la persecución, la caída en la bañera, las luces tintineando; viento y cuerdas al deslizarse bajo otro cuerpo, el sonido del cuchillo, el llanto, la súplica, el agua corriendo, las cortinas cerrándose, el mar volviéndose rojo. Pero lo mejor era la voz, valiente pero aterrada, con el perfecto timbre para la tragedia, el rezo, la evocación de un arte que sobrepasaba las fronteras de la mímesis; y entonces eran teatro y espectadores, mirantes y actantes al mismo tiempo y construían la fábula y saltaban entre planos metateatrales. Esa era una distinta forma de calor que se traducía como retorcido cariño, era un cariño que creaba sobre el lienzo, un cariño que crecía entre las sábanas y culminaba en la caza... Y así concluye la tragicomedia del Dr. Ruggeri.

Desde donde estaba, frente al lavabo deshaciéndose del tinte colorado y evitando mirar el espejo, pudo observar la expresión en el rostro del hombre de la oscuridad. Su cabeza estaba ladeada como lo hacían sus perros al mostrar interés y su entrecejo fruncido como si intentara descifrar el mensaje oculto en una pintura desconocida. Will, por alguna razón estaba ansioso, deseaba escucharlo decir algo, una oración, una frase, una palabra, hacer un sonido; deseaba complacerlo con su trabajo, uno que había sido más limpio y satisfactorio de lo que esperaba.

ᴄɪʀɪᴄᴇ | ʜᴀɴɴɪɢʀᴀᴍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora