II

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PRAY


Sintió las largas manos de la oscuridad recorrer el camino de su codo hasta su hombro. Fue hasta que decidió poner su mano sobre la que dibujaba pequeños círculos en su cuerpo, cuando volvió a la oscuridad de la habitación andando sobre sus pasos siendo guiado por un compás que se asemejaba al de un vals en la noche de la noche. Ese ritmo le recordaba la sensación de lo inhumano haciendo un hueco en su interior. Sin embargo, el hueco no era visible. Estaba ahí, podía sentirlo cuando caminaba, mas al mirar su cuerpo, los restos de su humanidad parecían intactos. Era muy tarde para comprender, así que decidió ceder.

Esa sería su última cena: con el creador y el destructor, con la fuerza y la nobleza, donde la sangre y cuerpo son el pan y el vino. El maestro y el discípulo. Da igual. Frente al banquete no hay más, sólo uno y otro como la redención y la perdición.

Su espalda chocó con el colchón y sintió que la marea subía hasta cubrir su cuerpo por completo, inundando cada fibra que aún lo conectaba con el mundo tangible y lo separaba del mundo onírico. Hubo un desdoblamiento de la carne y el alma, una dicotomía disociada que habría explicado la diferencia entre su realidad y la imagen de ese alguien más que veía al observarse en el espejo. Y de pronto hubo un silencio que se moría lentamente mientras el océano en la cama de proporciones continentales lo arrastraba hasta lo más profundo.

Un par de manos muy parecidas a las del monstruo que tantos años atrás había entrado a su habitación buscando consumirlo por completo, se abrieron camino sobre su piel helada trazando un mapa de todas las constelaciones en el firmamento nocturno, y dejó una placentera humedad tras saborear las cicatrices que se extendían por todo su cuerpo y el alma; las estaba besando. En seguida, su criatura de la oscuridad acercó su rostro al espacio entre el hombro y su cuello, y aspiró tan profundo como si el sólo hecho de embriagarse en su esencia natural nutriera sus instintos más salvajes y saciara un hambre exorbitante.

Las manos parecían titubear de cuando en cuando, se detenían para sentir el contacto de la piel y reconocer las curvas que en seguida fundiría bajo los labios que eran las puertas hacia el infierno. Para ese punto habría dado igual si en su lugar eran las puertas del cielo. A final de cuentas, todo era el mismo invento: labios, bocas, lenguas, dientes, mordidas...

— Debes pedir lo que realmente deseas, Will —dijo la oscuridad en su oído, como una voz que evocaba el silencio. Era imponente, siempre lo era con ese acento extranjero y ese tono intelectual que lo hacía sentir superior en todos los sentidos posibles. Esa voz derretía el sonido del resto: ¡¿Qué porquería estás haciendo?! Eres un chico sucio, un hombre sucio- No. El cuerpo de un ángel, el pináculo de la belleza griega- No, no seas exagerado, eso es mucho incluso para ti. Un hombre hecho con arcilla, o con mármol. Una querida Galatea, Will, una que se ha vuelto artista para repintar a su Pigmalión...

Pero no había nada más qué desear. Se estaba entretejiendo en cuerpo y alma con la oscuridad, respiraba cerca de un pecho que subía y bajaba al ritmo de una ostentosa danza de final macabro, sentía el manto nocturno cubrir su cuerpo con la promesa de guardar su sucio secreto, y las humedades constituían el camino a las puertas del Edén, o de los Elíseos, o del Valhalla, o lo que fuera, daba igual.

De sus labios se escapó un suspiro que se elevaba como la última burbuja de aire que le queda a un náufrago hundiéndose lentamente. Entonces, con el cuerpo rendido bajo la oscuridad y sobre el océano hecho de sábanas levantó una mano hacia al cielo esperando tocar el polvo de estrellas derramándose sobre el manto nocturno y sentir la luna llena como a una hermana imprevista. Cerró el puño tratando de atrapar en él lo que quedaba de su cordura (si es que alguna vez tuvo alguna), pero lo único que sintió fue el cuerpo de la oscuridad que lo había llevado de vuelta a la cama entrelazándose bajo sus dígitos; y con las yemas de sus dedos sintió el cuerpo y los relieves de quien crea y destruye. Besó las cicatrices que había dejado y las que no reconocía como si él mismo las hubiera cultivado.

ᴄɪʀɪᴄᴇ | ʜᴀɴɴɪɢʀᴀᴍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora