Infiltrado [Sett X Aphelios]

Harén

La gran fiesta de la victoria era en verdad ostentosa, todos los capitanes y el general estaban allí, al menos los que seguían vivos luego de tantas batallas en la guerra.

Nadie pensaba en la gran cantidad de vidas perdidas, en los inocentes muertos y en los soldados, amigos o compañeros que jamás regresarían. Hoy todos estaban celebrando el fin de aquel infierno.

El sultán había ordenado traer una cantidad absurda de comida, decoraciones, alfombras, cojines, tiendas y cortinas para toda la comodidad de sus oficiales, y la suya por supuesto.

Junto a todo ello, se mandó a llamar cortesanas de toda variedad, y también cortesanos, todas estas personas variaban entre humanos y vastayas, piel blanca y oscura, pelaje, plumas, escamas, lo que se le ocurriera a la gente. Un grupo de ellos realizó una presentación de danza, aquel enorme harén mixto tenía divisiones que se especializaban en distintas áreas de entretenimiento para su amo, o los invitados de éste.

Habiendo tomado tantos nuevos esclavos con las batallas ganadas, el harén desde luego había crecido mucho, y el sultán tenía sus nuevos favoritos, entre los cuales destacaba un chico de contextura musculosa, alto, cabello oscuro y tatuajes en la piel. Era tan llamativo, resaltaba incluso en medio de todos esos consortes, así que apenas lo vió mandó a llamarlo, de modo que lo mantuvo junto a él durante el banquete.

Los consortes más antiguos observaban con recelo al nuevo, quien se encontraba sentado en un cojín junto a su amo, recibiendo comida en la boca por el mismo, y luego dándole bocados a él de vuelta, con una sonrisa coqueta en su rostro todo el tiempo, soltando una que otra risita cuando aquel hombre susurraba en su oído.

Si bien las noches del desierto podían ser en verdad frías, ellos estaban allí con tales comodidades que no lo notaban, y de ese modo los miembros del harén vestían ropas sumamente ligeras, en el caso de aquel chico de los tatuajes usaba una especie de túnica larga, de telas traslúcidas y color beige, se abría en su torso dejando ver sus pectorales y parte del abdomen, las telas se ajustaban en su cintura con un cinturón lleno de adornos de piedras brillantes en color celeste, y hacia las piernas le cubría otra tela por debajo de aquella traslúcida, la prenda era abierta a los lados exponiendo en parte sus piernas pero cubría lo necesario para aún dejar algo a la imaginación. Las muñecas y tobillos estaban adornados en joyas, un collar colgaba de su cuello e iba descalzo.

Una de las chicas del harén lo observaba con envidia, a ella que llevaba más tiempo allí jamás le habían dado joyas tan bellas ni su amo la había mantenido a su lado durante toda una cena. Observaba cómo aquel chico apartaba a momentos la mano del sultán que intentaba acariciar su pierna, por muy coqueto que se viera ese gesto acompañado del sonrojo y las risitas, creyó que tal vez el chico no quería ganarse tanto el favor de aquel hombre, por lo que una idea cruzó su mente.

- ¡Mis leales súbditos! Esta noche por fin celebramos nuestra victoria. Gracias a los oficiales que han llevado a nuestros soldados por el camino correcto, gracias a los jóvenes que han sacrificado su vida en el campo de batalla, gracias al pueblo por su arduo trabajo en los campos y dándonos provisiones para ir al frente, y gracias a los dioses que nos han bendecido con la victoria.

Tras palabras de su líder, todos los presentes alzaron sus copas y gritaron alegres por ello, ya llevaban el tiempo suficiente para estar ebrios todos y cada uno de ellos, incluido el sultán.

Aquel chico de cabello oscuro y tatuajes en los brazos estaba ya en verdad incómodo con la situación, por suerte su amo se distrajo un rato charlando con el general, riendo a carcajadas por alguna razón. La chica de antes llevó un plato de aperitivos dulces a la mesa central, y el joven favorito cogió uno tras otro, comiendo para pasar el mal rato, solo deseaba que todo aquello terminara cuanto antes.