1. Memorias para morir.

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             Estaba nerviosa por su primera gran mentira. Una niña de nueve, casi diez años, fingiendo tener doce para poder entrar a ver a su madre al hospital. Tenía suerte, si lo pensaba, siendo que en los hospitales públicos solo dejaban pasar a un visitante y este tenía que ser mayor de edad. El que estaba en frente parecía más hotel, con la tranquilidad del servicio que solo el dinero puede conseguirte. Las familias enteras podían entrar, ir a la cafetería y hasta ver películas rentadas en los cuartos privados de los pacientes. Era dinero el que estaba en función, pero para la niña esta era la gran aventura de su vida, siendo una rebelde que lograba engañar al sistema.

             Se dijo a si misma que tenía que hablar con propiedad, sin nerviosismo, con el toque de seguridad que venía con la adultez. Con mirada altiva y aferrada a la mano de su padre, fue con la recepcionista asegurando que ya había cumplido los doce años, y lista para afrontar cualquier pregunta que esta le hiciera. Más tarde se daría cuenta que la seguridad de los adultos era un espejismo para ocultar el miedo a la pregunta.

              Cuando llegó al cuarto de su madre, su abuela y su tía ya se encontraban ahí. No entendió de lo que estaban platicando ni se interesó mucho por escucharlas aunque en su nuevo papel como pequeña adulta, fingía poner atención asintiendo de vez en cuando. Quería mostrarse como una buena hija, en su fantasía era lo que una pequeña princesa haría. Y en ese estado de romanticismo decidió salir al balcón de la habitación para añadir un poco de drama y nostalgia al panorama; le gustaba pensar que su vida era una especie de novela vista por otros que jamás conocería pero que estaban atentos a cualquier movimiento. Incluso imagino una canción de fondo mientras se recargaba en el barandal y suspiraba como había visto hacer a las protagonistas de las películas infantiles que veía.

            El cuadro que para ella era digno de ser retratado, se vio interrumpido por un pequeño golpeteo en su cabeza. Cuando volteó su cabeza vio caer un objeto muy pequeño que no pudo reconocer antes de que este siguiera su camino hasta abajo. Luego cayó otro, y para el tercero pudo decir que eran huesos de naranja, o quizá mandarina, Estaba más sorprendida que enojada por esa interrupción; ella amaba esas frutas así que deberían ser alguna rara señal del universo. "Dios actúa de maneras misteriosas" Recordó las palabras de su abuela. Y al ver unos tenis lo suficientemente pequeños para afirmar que no eran de algún adulto, creyó que ese era el momento donde iba a encontrarse con su príncipe prometido. Quizá se mirarían, se enamorarían al instante y en algún futuro se casarían. Quería verlo un poco mejor, así que se recargó un poco más en el barandal y sacó la cabeza para ver en el balcón de arriba.

            — ¡Malena!—interrumpió su tía antes de que pudiera ver algo. La agarró de su suéter rosa y la echo para atrás. —No se asomes tanto que te vas a caer y al rato tú vas a ser quien este en esa cama.

             Malena, no entendía porque tanto alboroto. Era una niña, no podían pasarle esa clase de cosas, y menos si estaba a punto de iniciar su historia de amor. Aun así dejó pasarlo y, quizá viendo el miedo en los ojos de los adultos, decidió desistir en el intento de volver al balcón. Decidió que tenía que sentarse y en la hora de la comida se escaparía al piso superior y Dios tendría que hacer el resto para hacer que se encontrará con ese niño. Pero la atención de los niños puede ser desviada fácilmente, y cuando la hora había llegado, ya no recordaba su plan pues lo que ahora ocupaba su mente era el pastel de chocolate que su padre le había prometido comprarle.

              Por suerte o por destino, en la cafetería volvió a encontrar los pares de tenis que apenas logró ver en su odisea del balcón. Pero, siendo que el universo tenía que hacer la historia más interesante, vio a dos niños usando el mismo modelo de calzado. Uno era más alto que él otro y físicamente no tenían mucho en común, sin embargo los dos tomaban la mano de una mujer alta y de cabellera castaña. Se sentaron unas mesas más allá de donde estaba Malena y su padre. Ella no podía creerlo ¿Acaso de trataba de un triángulo amoroso? ¿Su futuro seria que esos dos valientes caballeros—y probables parientes—se debatieran el amor de ella?

De Amores & AgoníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora