Una fiesta para los singulares ordinarios

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A nuestra casa llegó un día una maravillosa sorpresa. Una mañana, mientras todos desayunábamos, mi hermana Dolores pareció escuchar algo interesante, algo que la hizo ladear la cabeza para escuchar con atención.

—¿Dolores, sucede algo? —preguntó Isabela.

—Es el tío Bruno, acaba de entrar al Encanto... Oh, se resbaló colina abajo. Tal vez Luisa, debería ir a ayudarle, le duele el tobillo.

—Luisa, ve a por él. Tú también, Dolores, acompáñala para que sepa en dónde está —ordenó la abuela, mirando a cada una al momento de llamarlas.

Las dos se marcharon, siendo acompañadas de mi papá que siempre fue atento con las mujeres. Era una ideología que se encargó de inculcarme a mi también; ser galantes y serviciales con las mujeres, cuidarlas pues todas son valiosas, tengan el temperamento que tengan, el carácter, la mirada, todas son invaluables.

Miré a mi mamá y a mi tía intercambiar miradas, y pronto todos comenzaron a hablar del hijo pródigo que había regresado. Le recibimos como a una clase de héroe. Aún si todo el pueblo le tenía miedo, para la familia Madrigal el tío Bruno era un miembro importante. Les esperamos para la comida, y además se organizó una fiesta de bienvenida. Para nuestra sorpresa, muchas personas acudieron, claro, porque soy un encanto. Mirabel y yo nos encargamos de convencer a todo el pueblo de asistir. La familia Guzmán, la del novio de Dolores, le llevó un presente. Algunos niños le hicieron dibujos y la celebración se llevó a cabo en el cuarto de Antonio.

Todo marchaba bien, pero no podía dejar de sentirme tan ajeno... ¿así se sentía Mirabel antes? Vaya, ningún invierno me hizo sentir tanto frío como lo hizo la soledad. Nunca le pedí perdón a Mirabel por eso. Ahora ella estaba allí, con los demás, con los niños, bailando, cantando, como si la fiesta fuera para ella. Y yo solo la miraba, distanciado, como si de todo el mundo yo no debiera estar allí. O tal vez, de verdad yo no estaba allí, y sentía que debía ir a buscarme a mi mismo. ¿Pero en dónde? Ya revisé cada rincón y cada pasillo oculto de esta casita mágica. Exploré los límites del encanto que mi familia sembró. Experimenté con sus alrededores, amé a su gente, repasé una y otra vez el origen de esta tierra y documenté el enamoramiento de mis padres en un intento por comprenderme mejor, pero no obtuve resultados.

Aún si me dolía suspirar, sentí que no tenía derecho a apropiarme de los sentimientos que alguna vez le pertenecieron a mi prima. No era correcto, lo que estuviera pasando yo jamás podría compararse con lo que alguna vez sintió Mirabel. Continué viendo cómo giraba y su larga falda danzaba con ella. Mi hermano había pedido bailar una pieza a su lado, mi tío Agustín tocaba algo en el piano para ambos, y yo, cansado de no poder integrarme a la fiesta, me retiré lentamente y sin hacer ruido. Cuidé que nadie me siguiera por la espalda, fui a la cocina y comencé a buscar alguna botella de licor por allí.

Se suponía que no tenía permitido beber, pero solo quería hacerlo para poder dormir rápidamente. No era la primera vez que lo hurtaba, una vez pinté un cuadro con vino, y lo que sobró lo bebí yo mismo. Mi mamá me dió una fortísima cachetada cuando se enteró de que estaba ebrio.

Finalmente, entre la oscuridad de la casa, encontré la botella que estaba en la vitrina. Traté de leer su etiqueta, cuando de repente, una extraña e insegura voz se hizo sonar sin que advirtiera su intromisión.

—No soy el más listo del mundo, pero no deberías beber eso.

—¡Ah hijueputa! —grité y rápidamente me giré. Alcancé a ver entre la penumbra de la noche al tío Bruno sonriendo avergonzado. Me llevé una mano al pecho, su rostro con los pómulos hinchados y su desordenado cabello me siguió incomodando antes de reconocer que realmente era él—. ¿Qué estás haciendo allí, tío?

—Perdón, perdón —se disculpó en voz baja, elevando con timidez las manos a modo de paz—. No quería asustarte.

—¿Por qué no enciendes las luces? Qué no ves que mi mamá se infartaría si le asustas como a mi.

—De hecho tampoco me miró cuando vino hace rato.

—Ya —dije para indicar que capté lo mencionado—. ¿Por qué no estás allá arriba? Es tu fiesta, todos celebran por ti.

—Digamos que todo el ruido y los invitados me abrumaron un poco, sabes, no estoy acostumbrado a tener tanta gente a mi alrededor —soltó una risilla avergonzada, nuevamente, y frotó sus manos entre ellas—. ¿Tú qué estás haciendo? No esperarás beber eso tú solo.

—Ah, esto —miré la botella que sujetaba, dejándola en la barra como rendición mientras los azulejos de la casita la regresaban a su lugar inicial—. Es que mi papá me envió a traerla. La abuela quiere beber y no hay más.

—La abuela se fue a dormir hace media hora.

Un silencio medió la situación. Mirándonos los dos, era evidente mi mentira. En ese intervalo de tiempo contuve la respiración sin darme cuenta, esperando no sé, un regaño, o una amenaza de acusarme.

—¿Qué sucede, Camilo?

—Nada, solo... —solté un pujido, expulsando el aire que retuve mientras retrocedía para apoyarme en la barra, cansado y vulnerable ante su muestra de preocupación—. Tío, no siento que yo encaje en la familia.

—Camilo, eres un pilar en la familia.

—No es verdad. Siento que si no uso mi don yo no soy nada. Nadie me llama y no me buscan. Si yo desapareciera el mundo seguiría igual, como si no hiciera falta.

Me sinceré por primera vez con alguien que no era mi hermana. Pensé que el tío Bruno me entendería, es decir, creo que tal vez se sentía igual cuando se fue. Ser marginado por todos, ignorado e incluso temido, debió ser difícil, debió lastimarlo lo suficiente para decidirse a dejar a su familia atrás.

—Lo que pase del mundo, no depende de ti, con, o sin don. Ya ves a Mirabel, hasta hace tres años ella se sentía igual que tú, pero mira ahora, se ha convertido en el corazón del pueblo.

—Es solo que no sé qué será de mi si no hallo mi papel en el mundo.

Hubo una pausa en la que tan solo miré hacia la puerta de mi hermano, sabiendo que allí estaba mi familia, bailando, disfrutando. Crucé mis brazos a la altura de mi pecho, sintiendo el frío de la soledad rodeando mi cuerpo.

—Si tanto te inquieta el futuro, ¿te atreverías a darle una ojeada?

Aquella propuesta salió insegura, escéptica, pero tan tranquila, que no me asustó al principio. Miré a mi tío, tratando de ver su rostro y descifrar lo que surcara por su cabeza. Pero antes de que pudiera decir eso, cambió rápidamente de actitud, como un negociante resignado.

—O tal vez no, no es que sea de mi incumbencia —después empezó a marcharse por los pasillos de la casa, golpeando las paredes y después su cabeza con los nudillos—. Toc, toc, toc, toco madera.

—¿Qué... pasa? —traté de seguirlo, pero inmediatamente arrojó sal sobre su hombro y me cayó en la cara. Me quejé e hice una mueca por la desagradable experiencia—. ¡Tío Bruno!

—Perdón, Camilo, pero casi olvido lo que pasa siempre que uso mi don fuera del trabajo. Soy "la oveja negra" recuerdas.

—Eso es parte del pasado —me adelanté y me metí en su camino, haciendo que dejara de caminar—. Tío, has hecho cosas tan increíbles con tu don. No me imaginé que siguieras teniendo prejuicios respecto a él.

—Ay, ojalá Julia, estuviera aquí —murmuró eso, contuvo la respiración un momento mientras cruzaba los dedos, y prosiguió—: mira, es sencillo cuando se espera que cosas malas pasen; unos asaltantes que toman rehenes en el banco, dos carteles de traficantes que disputan entre ellos, incluso si un miembro del equipo nos planea traicionar. Pero cuando tienes esperanza, y solo vez que cosas malas pasarán, es... devastador, te asusta porque se habla de tu futuro, el futuro de las personas que importan.

—En este momento, estoy seguro de que me asusta más no saber nada antes que saber de una amenaza. Tío, por favor, necesito saber quién soy, tal vez si reviso lo que pasa conmigo en el futuro, pueda descubrirlo. Pero necesito que me ayudes.

—Si ves algo que no te gusta...

—No me voy a enojar contigo, lo prometo.

El secreto de Camilo Madrigal [Encanto, Disney]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora