Papá y mamá están muertos

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Lo han salvado

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Lo han salvado... De puro milagro.

Ha despertado desorientado...

No sabe cuánto tiempo ha transcurrido, pero hay una mujer en frente de él, cargando unos papeles.

—¿Y mi mamá y papá dónde están?

Ha preguntado con dificultad, sin embargo lo sospecha, es un niño inteligente.

La mujer tomo aire con angustia, mirando con lastima al pobre niño... Huérfano.

—Han muerto...

El niño llora, llora mucho, sus sospechas han sido ciertas. Y se maldice mil veces. ¡Sino hubiera exigido aquel árbol de navidad natural, sus padres estarían vivos!. Es su culpa, sólo su culpa. El niño llora y se quiere morir, desde hoy odia la Navidad y a él mismo, sus padres están muertos por su culpa.

—He venido por ti, te llevaré a un orfanato donde hay muchos niños y tendrás muchos amiguitos.

Pero el niño está renuente, él no quiere nuevos amiguitos porque ya tiene unos en el colegio, son inseparables. Él quiere a su mami Irasue para que lo abracé cuando tiene frío. Quiere a su papi Toga para que lo enseñe a esquiar.

La mujer ha guardado sus ropas, ya no están manchadas de sangre, las han lavado.

Lo ayuda a vestirse entre lágrimas, el niño le duele el cuerpo, pero más su alma. Se siente vacío y solo...

La mujer intenta ser amable con él.

Sin embargo no la escucha. Sigue pensando en mamá y papá.

Le viene el recuerdo del accidente y empieza a temblar, aún recuerda con nitidez a sus padres llenos de sangre.

Atormentado por los fantasmas.
Entre enfermeras y la trabajadora social lo jalan para marcharse del hospital.
—¡No quiero irme! ¡No quiero irme!— gritaba aquel niño, entre petaleos y berrinches justificados.

Han pasado cinco días del sepelio de sus padres y ni siquiera piso estar ahí para despedirse de ellos.

Se siente sólo, más que nunca.

Sus abuelos nunca lo quisieron, siempre quiso saber porque pero sus padres nunca se lo dijeron.
O simplemente no tenían el valor suficiente para ver llorar a su hijo pequeño, el único.

Lloraba con más fuerza y no le importaba que lo vieran gritar hasta que sus pulmones se quedarán sin aire. Intentaba con las fuerzas que posee escaparse, no puede por más que se esfuerza. Pues aún le duelen las heridas.

La trabajadora social perdía la paciencia y pidió ayuda a un doctor quien le inyectó un tranquilizante.

Y el niño cayó rendido.

Ellos habían ganado.

Y él había perdido a su familia.

Después de unas horas despertó.

El infierno de Lord SesshomaruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora