El hurto (I)

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Santi estaba inmerso en un balance general que le habían dejado de tarea cuando su mejor amigo y compañero de colegio llegó a la casa. La voz de su madre lo alertó desde la puerta frontal.

—Daniel está aquí —gritó.

Santi alzó la cabeza y se golpeó el mentón con el lapicero.

—Estoy atrás —respondió.

Claro que su madre ya lo sabía.

Hizo una última anotación y se enderezó para esperar a su amigo. Miró el celular y vio que no tenía ningún mensaje ni llamada perdida de Dani. Era raro que este llegara sin avisar. Aunque como era sábado, era de suponer que él estaría con las tareas del fin de semana.

Daniel Moreno llegó hasta el naranjo, a la sombra del cual Santi había dispuesto una mesa y una silla, con pasos que casi eran saltos. De inmediato notó la agitación de su amigo, si bien no pudo elucubrar el por qué.

—Santi, ha ocurrido una tragedia —soltó Daniel—. Estoy que me muero.

—¿Qué ha ocurrido?

—Se lo llevaron, se llevaron el PlayStation 3 que tanto me costó comprar.

Santi se relajó. Por un momento había creído que de verdad había pasado algo malo. Pero, tras fijarse en el rostro desencajado y las manos temblorosas de Dani comprendió que, para su amigo al menos, se trataba de una auténtica tragedia.

—¿Cómo que se lo llevaron?

—Yo que sé. Cuando tú te viniste, jugué un partido más. Luego la apagué, me acosté a dormir y esta mañana lo primero que noté fue que no estaba.

—Naturalmente. Amas tanto tu consola que también podrías haber perdido una pierna y sería lo segundo de lo que te darías cuenta.

—No exageres.

—Vamos a tu casa.

—¿Para qué? Si allí no está.

—¿No quieres que te ayude a buscarla?

—Claro que quiero. Aunque más bien tenía la esperanza de que tú la tuvieras.

Aquella sugerencia, por demás descabellada, hizo que Santi frunciera el ceño con enojo.

—¿Y por qué iba a tenerla yo? —replicó airado.

—Pensé que, como últimamente te he dado unas buenas repasadas en los partidos...

—No seas ridículo —atajó Santi.

Miró al cielo azul, el sol que empezaba a brillar con fuerza y las nubes que vagaban con pereza, y concluyó que no había muchas probabilidades de que lloviera. De modo que dejó sus cosas bajo el naranjo y fue con Daniel a casa de este.

No tardó en sonreír ante la absurda insinuación de que él había sustraído la consola para practicar en la soledad de la noche. El enojo pasó tan rápido como había llegado.

—¿De verdad creíste que yo podría haber tomado la Play? —preguntó con una sonrisilla.

—No. Pero tenía esa esperanza.

—¿Y cómo entré? ¿Está forzada la ventana de tu habitación, de la sala?

—Ya, déjalo. Es absurdo. Es que daría lo que fuera para que tú la hubieras tomado.

—No, no lo dejo. Y no me mires así. No es que te esté acusando de desconfianza. Simplemente digo que, quien fuera, tuvo que forzar una vía de entrada.

—La verdad, no me fijé. Cuando vi que la consola no estaba, lo primero que hice fue correr en busca de mis padres y de mi hermana, pero ellos dormían y tuve que repetirles hasta tres veces que mi Play había desaparecido.

Jugando al detectiveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora