El noviazgo (III)

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Santi Sarmiento era un joven impulsivo e intuitivo. Lo primero, que no cuajaba del todo con su personalidad un tanto solemne, lo había conducido a situaciones embarazosas. Actuaba o decía cosas de las que más tarde se arrepentía. A pesar de ser una persona razonadora, era muy dado a arranques de rabia e indignación cuando consideraba que se le trataba injustamente.

Por otro lado, su intuición, que no era infalible, solía ser una buena aliada a la hora de resolver incógnitas. Eran chispazos de clarividencia que lo ponían en la senda correcta.

Y esa mañana de 21 de diciembre, su intuición lo alertó sobre aquel sujeto que, ufano, dejaba la casa de Camila. «Por este tipo Camila dejó a Germán —supo—. Sin embargo, sigo sin saber cuál fue el motivo.»

Miró a la muchacha del otro lado de la calle. Santi tenía buena vista, y pudo ver que la joven apretaba los puños y los dientes. «Desde luego, no dejó a Germán porque ame a ese extraño.» La joven lo miró sin decir nada y luego entró a la casa. Parecía a punto de echarse a llorar. Otra vez.

Esperó a que el tipo cruzara la esquina y Santi fue tras él. Su madre gritó algo, quizá referente a su llorosa hermana o interesándose de adónde iba, pero Santi no comprendió lo que dijo.

No era la primera vez que seguía a alguien. Recordó que hace dos meses siguió a la hermana de su mejor amigo para descubrir el paradero de una consola de videojuegos. En aquella ocasión era todo nervios, en cambio ahora, era todo naturalidad, un chico que casualmente camina una manzana detrás de un extraño.

Y así, hasta que doce cuadras después, el tipo entró en una casa pintada de verde con los bordes morados. Aunque vivía en municipio pequeño, Santi no sabía el apellido de la familia que habitaba la casa. Lo que tampoco era extraño, casi solo conocía a los vecinos y a sus compañeros de instituto.

—¿Estás enamorado de Lety? —preguntó una vocecilla aguda a sus espaldas.

Santi sufrió un leve sobresalto y se volvió. El nombre Lety provocó eco en su cabeza. Un chiquillo de unos doce años estaba sentado en un trozo de madera bajo la sombra de un guayabo. Se reprendió por no haber mirado alrededor, no era propio de él. Se había distraído mirando la casa de enfrente y preguntándose quién vivía en ella. En cualquier caso, la aparición del mozuelo resultaba oportuna.

—¿De quién? —preguntó.

—De Lety, la muchacha hermosa que vive en la casa verde. ¿Por qué otra cosa mirarías como bobo hacia ahí?

—¿Cuántos años tienes? —preguntó Santi, francamente sorprendido. Además, tuvo la sensación de que recientemente había oído ese nombre.

—Once, pero cumpliré doce en febrero.

A pesar de que su memoria era muy buena, Santi no pudo recordar si a los once sabía lo que era una mujer hermosa.

—¿Y por qué preguntas si estoy enamorado de Lety?

—Puedo saludártela, conseguir su número, darle algún recado...

—¿Y eso me costaría...?

—Es cuestión de saber qué favor quieres.

A Santi de inmediato le cayó bien aquel chaval. Era muy listo y, quizá por su juventud, no tenía reparos a la hora de realizar aquel tipo de proposiciones.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó.

—Erick Gonzáles. ¿Y tú?

—Santiago Sarmiento. Pero todos me llaman Santi.

—A mí todos me llaman Erick o entrometido, depende. —El mozuelo ensayó una gran sonrisa en la que faltaba un diente inferior—. Y bien, Santi ¿qué favor quieres?

Jugando al detectiveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora