No había humano que pudiera contra él, no había miedo que lo carcomiera, no había nada que quisiera, pero no tuviera.
¿Qué podía faltarle al diablo?
Jungkook no lo supo hasta Yune, una chica que por primera vez en toda su existencia, con tan solo ve...
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Un pequeño caballito de madera, del tamaño de una palma y tan desgastado que la pintura de sus ojos ya no se veían. Un rollo de cartón de papel higiénico vacío con una cara sonriente mal hecha al otro lado.
Los dos, alumbrados débilmente por el pequeño fuego de una vela casi consumida, observados por dos ojos aniñados que los veía con cariño. Sus juguetes, sus amigos, sus únicas compañías. Moviéndolos de un lado a otro, simulando sus voces como si realmente les hablaran.
Una pequeña de cinco años sola en la oscuridad de la noche, junto a su única fuente de luz que comenzaba a desaparecer, y eso le producía mucho miedo, porque era la única que tenía, y le temía a la oscuridad. ¿Qué usaría a la noche siguiente? ¿Y a las demás?
Pero de pronto, sobre su cabeza el foco se prendió, parpadeando un par de veces. Sus manos quedaron quietas con sus amigos en ellas, dejandolos en el suelo de la sala donde jugaba. Se levantó y observó su casa iluminada como hace rato no la veía en las noches. Sonrió.
La puerta se abrió de un empujón, volteando rápidamente del susto.
—Maldita porquería de cuenta, solo estafan a la gente como unos hijos de puta. Es más fácil engancharse y ¡taran! —Elevó sus manos mirando la luz.
Y pronto a seguir sus pasos al interior de la casa, observó a la niña en medio de su camino, parada mirándolo.
—Largo. Y no quiero un solo maldito ruido. ¿Escuchaste?
Ella asintió un par de veces, tomando a sus amigos y corriendo a su habitación, cerrando la puerta con cuidado. Sintió una ráfaga de viento frío golpearle el rostro, moviendo su desparejo flequillo.
El papel con cinta que tapaba su ventana partida se había roto con la lluvia que golpeaba el cristal.
Corrió debajo de su cama, sacando la cinta adhesiva que guardaba ahí, tomando un cuadrado hecho de cartones que encontraba por la casa y logró unir. Sosteniéndolo con una mano, y con la otra ayudándose de su boca, cortaba trozos y lo pegaba para sostenerlo al resto del vidrio.
Al menos duraría un poquito más que el papel.
Observó la puerta, voces ajenas se escucharon, risas escandalosas le perturbaban los oídos. Los odiaba, odiaba escuchar esas voces que sonaban tan fuertes toda la noche, sin dejarla dormir en lo absoluto. Quieta en su lugar, sin mover un músculo, sin hacer ruido era como tenía que permanecer.
Pero eran tan altas, tan asquerosas y molestas. Tomó su caballito, miró con el ceño fruncido al rectángulo de madera con perilla, su respiración era irregular, y sus latidos resonaban en sus oídos. Levantó el brazo y lo lanzó en esa dirección, imaginando que golpeaba a alguno de ellos en la cabeza.
Pero su tiro se desvió, y cayó sobre su viejo velador que no funcionaba, y como en cámara lenta, lo vio caerse hasta estrellarse contra el suelo, rompiendo el foco en muchos pedazos y ocasionando un gran ruido.