Seokmin se congeló encima de ti, pánico en sus ojos. Tragaste con fuerza, apretando nerviosamente tus manos alrededor de sus bíceps. Tus palmas estaban sudando y esperabas que no le importara. Probablemente ni siquiera se había dado cuenta, no con todo lo demás sucediendo.
"Lo siento, yo- uh, es tan grande".
Él se rió entre dientes, medio avergonzado, medio engreído. Avergonzado por estar demasiado ansioso, engreído por tener tal efecto en ti. Estaba enterrado hasta el fondo dentro de ti después de hacer que te corrieras una vez en su lengua y estabas luchando para adaptarte a su tamaño. Tus uñas estaban mordiendo su piel, formando pequeñas lunas crecientes mientras intentabas anclarte en él.
Seokmin pensó para sí mismo que debería haberte estirado primero, tal vez reducir la velocidad y tomarse el tiempo para asegurarse de que realmente estabas lista para tomarlo. Podría haberte tocado. Te había pillado mirándote las manos más de una vez. Pero si estaba siendo honesto consigo mismo, le gustaba verte así. Verte luchar para mantener los ojos abiertos mientras te apretabas impotentemente alrededor de su polla.
"Relájate", susurró, incitándote a respirar mientras pasaba una mano por tu cabello. Todo tu cuerpo estaba tenso debajo de él. "¿Duele?"
Negaste con la cabeza. "S-se siente bien".
"¿Sí?"
"Muy bien", gemiste, arrojando tu orgullo por la ventana junto con cualquier pensamiento racional que pudieras haber estado guardando. "Solo un poco abrumador, eso es todo".
"Me lo tomaré con calma", te prometió con un beso en la frente.
Iría tan lento como tú quisieras. No se movería en absoluto si eso es lo que quisieras que hiciera. Seokmin se consideró afortunado de estar entre tus muslos en primer lugar.
"¿A-ahora mismo?" Seokmin preguntó. Procesó lo que habías dicho y luego reprimió una sonrisa, tratando de no dejar que su ego sacara lo mejor de él.
Asentiste frenéticamente. "Me siento tan jodidamente llena".
Movió tu clítoris de forma experimental, lamiendo sus labios mientras temblabas patéticamente en la cama.
"Seok", le advertiste.
Joder, tu voz sonaba rota. Las lágrimas ya pinchaban las comisuras de tus ojos y tus muslos apretaban su cintura con fuerza, tratando de empujarlo o mantenerlo cerca.
"Puedes correrte, bebé", dijo, la voz mezclada con una falsa simpatía. Podrías haberle creído si no hubieras estado mirando sus ojos cargados de lujuria. Lo regalaron. Solo estaba siendo amable para obtener algo que quería y usarlo en tu contra más tarde. "Córrete si quieres. Pero ten en cuenta que no se te permitirá volver a hacerlo hasta que yo lo diga".
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