Capitulo uno.

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La presión que sentía Malia sobre el pecho era abrasadora y en cierta parte tranquilizadora. Eso era lo que sentía cada vez que tenía la necesidad de querer ayudar en la caza de aquellos que se creían con el derecho de poder arrebatar vidas sin más opción que crear dolor. Sabía que estaba prohibido en aquella parte de Kendra, que ese era el deber de los cazadores, que a su vez eran demonios que no estaban a favor de que los de su especie mataran, pero no siempre estaban cuando se les necesitaba, y ahí entraba Malia.

La ciudad de Kendra estaba dividida en tres zonas; Moonight la zona más poblada del bosque en la que los hombres lobos tenían sus manadas, su territorio. En el que los humanos no se atrevían a pasar si no eran invitados por alguno de sus habitantes.

West-night tenía una zona algo más pequeña que Moonight y algo apartada de los bosques. En su mayoría estaba habitado por brujas, aunque no había ninguna ley que prohibiera que cualquiera pudiera vivir allí. La mayoría prefería mantenerse apartado de las brujas así que una tercera zona que solo estaba separada a una calle de las otras dos partes de la ciudad estaba Shadow Creep. La parte en la que habitaban los abandonados, los que no se regían por manadas ni familias. Los que creaban sus propias reglas tratándose de su territorio. Ahí entraba Malia una abandonada en toda regla creada por una bruja y un cambiante. Le gustaba pensar que en algún momento hubiera sido creada por el amor, pero descartaba esa fugaz idea al saber que fue abandonada y que alguien decidió que había sido buena idea dejarla junto a un cubo de basura en Shadow Creep la zona más grande de las tres y en la que habitaban un montón de seres.

Brynde una bruja que renegaba de sus propios poderes la encontro entre los cubos de basura. Siempre le recordaba que sus llantos se podían escuchar en toda la ciudad de Kendra y que el mismísimo Lucifer podría haberla raptado por lo molesto de aquellos lamentos.

Malia nunca mostró interés en querer saber algo sobre sus padres. La habían abandonado, ¿por qué querría saber sobre ellos?

   — ¿Drystan crees que podremos volver a casa sin tener que mancharnos las manos de sangre?
Cualquier ser o persona que hubiera caminado cerca de ella habría pensado que estaba loca. No por el hecho de hablar sobre asesinar a alguien, si no por el hecho de que parecía estar hablando sola, pero no lo hacía.

Un perro de músculos increíbles caminaba junto a ella. Era algo más pequeño que un hombre lobo, pero su tamaño no era como el de los perros que tenían los humanos, su pelaje negro era venenoso al tacto de aquel que no fuera de su agradado. Su mordedura no se apreciaba cuando tocaba la carne, pero desgarraba con demasiada facilidad sin olvidar otras de sus muchas cualidades. Una especie en peligro de extinción.

Drystan llego a su vida cuando apenas era un cachorro abandonado de igual manera en la que lo había sido ella. La única diferencia fue que Drystan fue apaleado por no tener suficiente poder con la magia. Resulto no ser muy útil para las brujas.

   — El parque no parece ser un lugar peligroso. — Dijo desviando la vista a su espalda con las manos metidas en los bolsillos. Con cada paso notaba el roce de la pistola que mantenía escondida en la espalda.

El perro siguió su camino sin prestar demasiada atención a sus palabras.

El parque parecía desierto, era de noche y Malia no sentía ya los dedos de los pies. El frío parecía desgarrar su piel.
Tembló e intentó evitar que los dientes chocaran entre sí.

Drystan se detuvo, el pelo se le había erizado y desprendía unas pequeñas motas doradas que escapaban de su pelaje.

Magia.

Eso solo podría significar una cosa.

Peligro.

No estaba dispuesta a sentir más dolor que el frío ya provocaba en ella.

Sombras de terciopeloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora