Parte I

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El placer sexual de Luisita era medido por la capacidad que tenía de complacer a una chica. El sexo era incompleto si ella no percibía gusto o satisfacción alguna en la chica de turno con la que compartiera cama. Por eso, desde su adolescencia, cuando perdió su virginidad y con la inexperiencia del momento logró causar un orgasmo a la chica más popular del colegio; había hecho todo lo posible para aprender, adquirir experiencia y mejorar. Superarse a sí misma.

Luisita tenía una extraña clasificación de las mujeres con las que había estado en toda su vida, principalmente, de las chicas con las que estuvo en su adolescencia y buena parte de la universidad. No se jactaba de ello, pero había estado con demasiadas y de muchos tipos, y nadie alcanzaba a imaginar lo mucho que conocía del cuerpo femenino, de las formas de placer, de los sabores, los sonidos, el tacto y las cosas que había visto.

Ella disfrutaba del cuerpo femenino, lo adoraba, lo admiraba y lo amaba. Y cuando no estaba ligando o en la cama con alguna chica, disfrutaba del entretenimiento de verlas moverse en un baile sensual. Luisita adoraba el baile exótico. Era un arte menospreciado y estigmatizado al que tuvo que renunciar por amor.

Como una mujer consciente y crítica, hubo un punto de su vida en que creyó tener algún problema mental, o adicción; el mal usado término de la ninfomanía. Pero lo descartó. Ella tenía control total de sus acciones. Era metódica. Desde el momento en que ligaba hasta el instante en que lograba su objetivo y terminaban en la cama.

Y era todo ese basto conocimiento lo que le ayudó a descubrir una verdad irrefutable.

El placer físico que vivió con todas esas chicas, no se comparaba a la satisfacción de complacer a alguien que se ama. Lo descubrió cuando hizo el amor con Amelia por primera vez. Y aunque la morena no se lo creía, Luisita había tenido el orgasmo más intenso de su vida. Esa noche había sido mágica e incomparable. Y en ese instante, con el sudor entremezclado de sus cuerpos y la respiración agitada de ambas, Luisita había decidido que Amelia Ledesma sería la única y que no necesitaría a nadie más.

Esa decisión, como muchas; la perseguían tanto como sus consecuencias. Y, por eso, cada vez que en la eventualidad de enrollarse con alguna chica y tomarse un respiro luego de una noche más de sexo; Luisita siempre sentía el vacío y recordaba esa verdad irrefutable, aquella que traicionó con infidelidad.

Con el transcurrir de los últimos días, la sensación en su pecho se hacía más y más punzante. Y ella sabía el motivo.

Amelia había regresado a España para visitar a sus padres y presentarles a Sara.

—También vendrá a Madrid. —dijo María luego de darle el primer anuncio—. Ella no estaba segura. No quería incomodar. Pero le recordé que sigue siendo parte de la familia.

—Vale. —contestó Luisita escueta sin apartar la vista de la pantalla de su computador.

—Solo quería que lo supieras. —agregó su hermana con cautela.

—Gracias. —fue lo único que dijo mientras seguía tecleando.

Faltaba un par de días para que Amelia regresara a Madrid. Pero Luisita sabía que ella se encontraba en Zaragoza con sus padres, los mismos que detestaban a Luisita y a quienes debía llenarles de felicidad que su hija decidiera olvidarla.

Había pasado más de un año desde aquella llamada inesperada con la que permitió que Amelia se desahogara, y, al final, se profesaron amor de esa forma tan cargada de tristeza y resignación.

Un año en el que solo escuchaba su voz a la lejanía cuando hablaba por video llamada con María o Nacho. Tiempo en que, gracias al bocazas de su cuñado, podía saber fragmentos de su vida. Sabía lo bien que iba su trabajo, su vida social y amorosa.

Desvío a MoiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora