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Tic, tac, tic, tac, tic, tac.

Yoongi cerró sus ojos y apretó los costados de su cabeza con sus manos, tratando de evitar que el dolor de cabeza incremente.

El sonido de los brutos tecleos de sus compañeros en el computador lo estaban aturdiendo, el reloj parecía sonar más fuerte cada segundo y la impresora fallando y chirriando por falta de mantenimiento lo tenían abrumado. La oficina parecía haberse convertido en una central del infierno, sumándole al aire para nada puro que ahí se respiraba, repleto de aromatizante de ambiente barato y un leve olor a cigarrillo.

Min Yoongi deseaba salir corriendo y no volver jamás. Correr y correr hasta encontrar esa paz que buscaba desesperado, ese respiro de aire fresco y limpio.

-Café amargo para el más dulce de la oficina- canturreó una voz a sus espaldas al mismo tiempo que una taza de café humeante era dejada en su escritorio.

El de cabellos oscuros finalmente abrió los ojos y se giró hacia ese rubio que todos los días iluminaba un poco su vida en esa oficina, él era como un diamante en bruto en medio de miles de piedras comunes y corrientes. Resaltaba por su valor y belleza, brillaba.

Le dedicó una pequeña sonrisa cariñosa y sus pálidas manos sostuvieron la cerámica, acercándola a su nariz para sentir el delicioso olor del grano de café y ese chocolate derretido que ambos solían ponerle a sus bebidas. Esos pequeños detalles eran los que lo mantenían en esa oficina, levantándose a las 6 de la mañana para llegar a ese edificio al centro de la ciudad, subir hasta el décimo piso y sentarse frente a esa computadora por horas.

La taza se inclinó contra sus labios y un sonido de puro gusto salió de su garganta al probarlo, recibiendo una pequeña risita como respuesta. Ese simple acto lo fue relajando poco a poco, sintiendo su cabeza dejar de lado esa tensión y cosquillear con las secuelas de la horrible migraña.

-Gracias Mimi, necesitaba esto, ya me explotaba la cabeza de tanto estrés.

Jimin asintió comprensivo, tratando de ocultar la sonrisa tonta que amenazaba con aparecer cada vez que usaba ese lindo apodo con él. Buscando una forma de ayudar al mayor con su malestar suspiró y le dio un rápido vistazo al piso repleto de escritorios, sonriendo cuando notó que el supervisor brillaba por su ausencia.

-¿Qué te parece un masaje express?- ofreció elevando sus perfectas cejas un par de veces.

Yoongi negó con su cabeza pero contrariamente a eso su boca mostraba una amplia sonrisa y sus ojos brillaban anhelantes.

Jimin quiso besarlo tan mal. Pero se contuvo con todas sus fuerzas y simplemente se acercó a la silla giratoria donde el mayor pasaba casi todo el día, era cómoda, no tenía nada que decir contra eso, pero las horas en esa misma posición le pasaban factura a su espalda, nuca y piernas.

El alivio llegó de inmediato cuando las pequeñas manos del rubio se posaron en sus hombros cubiertos por la camisa, apretando en los puntos exactos para hacerlo suspirar.

Sus masajes continuaron en los hombros, bajando un poco hacia su espalda y volviendo al lugar de inicio. Los suspiros que soltaba el mayor lo motivaban a continuar con más empeño, le gustaba ayudarlo, sabía lo sensible que era con su entorno y lo fácil que le afectaban las cosas, por eso siempre estaba ahí, acompañándolo y ofreciéndole una taza de café con chocolate para animarlo, o un masaje como en ese momento.

Jimin continuó, cada tanto levantando su vista para ver si el supervisor había vuelto, pero al parecer había aprovechado que todo estaba tranquilo para ir a desayunar y eso no pudo hacer a los jóvenes más felices.

-¿Mejor?- preguntó en voz baja, deslizando la yema de sus dedos por la parte posterior de su cuello, presionando justo donde se formaban dos pocitos.

Eso pareció funcionar increíblemente bien porque el mayor no pudo contener un quejido de satisfacción.

-Dios, sí, mucho mejor- se apoyó totalmente en el respaldo de la silla y finalmente abrió sus ojos, a primeras instancias viendo un poco borroso por lo relajado que había estado, casi a punto de dormirse a manos de su compañero. -Tienes manos mágicas, Jimin- halagó, volviendo a agarrar la taza para darle otro sorbo.

Las mejillas del rubio se colorearon de un leve rojizo y rió nervioso, haciendo reír también al contrario.

Así era todos los días. Iban y venían entre suaves coqueteos e indirectas, claramente lo suficientemente directas como para entender que ambos se sentían igual con el otro.

Se acompañaban y crecían juntos.

Ese día cuando Min Yoongi volvió a su departamento lo primero que hizo fue ducharse y en vez de continuar su rutina diaria con unas horas de descanso prefirió quedarse en la sala, en su sillón, viendo en su mesita ratona varios papeles y sobres tanto de su trabajo como de impuestos.

Estaba cansado, tan cansado de la rutina, de la oficina, los gritos de su jefe y la indiferencia de sus compañeros de trabajo. Podía decir que casi había olvidado lo que era la felicidad de no ser por su rubio dongsaeng.

¿Acaso se merecía esta vida monótona? ¿Era para él vivir en ese cubo gris?

Tal vez... Pero lo único de lo que tenía certeza es que no lo quería. Ahí afuera tenía que haber algo mejor, algo que lo haga feliz... Casi tanto como lo hacía Park Jimin.

la vuelta al mundo | yoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora