CAPITULO CUATRO.

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ACE.

Detestaba las clases que comenzaban temprano, mi cerebro no parecía funcionar correctamente y cualquier sentimiento positivo que albergara en mí parecía abandonar mi cuerpo, ocasionando que tuviera la actitud de un anciano de ochenta años que odiaba su vida.

El reloj marcaba las siete con cinco de la mañana pero Tuck cantaba una canción de Taylor Swift como si fueran las diez de la noche y estuviera en un club nocturno. Alzaba sus musculosos brazos por encima de su cabeza como si le diera puñetazos al viento y fingía acomodar su melena inexistente tras sus orejas.

Tuck siempre llevaba su cabello rapado.

—Eres un idiota. —negué con la cabeza mientras lo observaba.

'Cause I knew you were trouble when you walked in. So shame on me now, flew me to places I'd never been... —canturreó, tratando de hacer que su voz grave sonara aguda y fracasando colosalmente.

—Esa es la actitud de un viernes, Tucky. —lo felicitó Spencer, colocando ambas manos en sus hombros en un gesto cariñoso.

—Hoy no es viernes. —le recordó Maxine, alzando la vista de su móvil solamente para decirlo.

—Max tiene razón, hoy es jueves. —mencioné, alzando ambas piernas y colocándolas en el respaldo del pupitre de Tuck. Ignoré sus quejas cuando la tierra de mis zapatos cayó en su espalda.

De nuevo Maxine fingió que yo no existía. Desde llegué al salón ella había renunciado a cualquier contacto visual y cuando por accidente lograba verme, rodaba los ojos al cielo con descaro.

Ella me odiaba, demasiado.

Era difícil ignorarlo cuando nuestro círculo social era el mismo y teníamos que vernos todos los días; en clase, en la cafetería, en los partidos y en las fiestas a las que íbamos. Ella era alguien difícil, de carácter obstinado y muy poco paciente, lo cual resultaba extremadamente atractivo en el sexo pero fuera de él acarreaba unos cuántos problemas.

También tenía el ego por los cielos, cosa que no había ayudado mucho cuando las cosas entre nosotros se complicaron y buscó algo de mí que yo no le podía dar. Decidí alejarme de ella, cortar por lo sano los encuentros que habíamos tenido y continuar siendo amigos, pero por supuesto que Maxine Barham nunca aceptaría que alguien la rechazara. No se lo tomó bien, habló mierdas de mí por semanas y se encargó de arruinar cualquier convivencia con nuestros amigos si yo estaba presente.

Ni siquiera creía que ella sintiera algo real por mí, era solamente su ego lastimado el que la orillaba a detestarme y ser brutalmente grosera después de lo que sucedió. Habían pasado cinco meses y por más de que intentara arreglar las cosas entre nosotros, ella no cedía.

Yo había dejado de intentar.

—Todo el asunto de la mudanza me tiene loca, no sé ni en dónde tengo la cabeza. Llevo dos días intentando organizar mi ropa pero no consigo adaptarme al espacio. —se quejó Spencer.

Fitz resopló a mis espaldas. —¿Qué tan complicado puede ser? Es solamente ropa, ponla en el suelo y se termina el problema.

Me sorprendió escucharlo y saber que estaba despierto. Usualmente él tomaba las primeras horas para reponer todo el tiempo sin dormir que había acumulado y el día de hoy no había sido la excepción. Había estado dormido hasta hacía unos segundos.

—¿Qué sabes tú de orden, Fitzgerald? Tu recámara es literalmente el basurero de Indiana.—Max le respondió, girando su cuerpo hacia el de él. Estaban uno frente al otro.

—Podría vivir una puta colonia de ratas bajo tu cama y no me sorprendería. Vivir contigo es como si compartiera apartamento con un vagabundo.

Tuck se carcajeó y también lo hizo Spencer. Max se limitó a morder su labio inferior para evitar que una sonrisa se formara en sus labios. Eso era mejor que nada.

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