Capítulo II

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    —Freddy... ¡Freddy, despierta!

    Con lentitud abrí mis ojos. No recordaba mucho de lo que sucedió anoche.

    —¡Ya era hora! Creí que te habías descargado —comentó el niño, levantándose de mis piernas—. La bodega está a punto de abrir. El turno de los trabajadores ya casi empieza y nosotros seguimos aquí, ¡vámonos ya!

    Me tomó un par de minutos identificar que efectivamente la bodega donde nos ocultamos esta noche comenzó su funcionamiento. Gregory corrió hacia las puertas metálicas e intentó levantarlas, como era de esperarse, sus esfuerzos fueron en vano y soltó un quejido de molestia.

    —Gregory, te he dicho que no intentes levantar cosas pesadas —me levanté de mi rincón y me dirigí a ayudarlo.

    Sin ningún problema pude abrirla, Gregory no se esperó y salió por ella. Con mucho cuidado dejé que uno de mis brazos sostuviera el peso de estas para que yo pudiese sacar mi cuerpo entero.

    —Tienes una fuerza descomunal, Freddy. Me encantaría ser igual a ti cuando sea adulto —dijo Gregory.

    Cerré la puerta con cuidado de no hacer ruido. Volteé a mirar a mi pequeño que se encontraba jugando con su cabello, enredándolo entre sus dedos.

    —Ya sabes que para ser fuerte debes de comer sano —le recordé—. Tomarás dos porciones más de puré de papa para el almuerzo.

    —¡Puaj! ¡Odio la papa!

    Nuestra pequeña charla se detuvo después de que unos extraños ruidos provenientes del cuerpo de Gregory alarmaron mi sistema.

    Su estómago rugía, tenía hambre.

    Era bastante obvio, son casi las 6:00 a. m. y parece ser que es el único niño que desayuna a estas horas.

    —Gregory, ¿crees que esté abierto el comedor social a estas horas? —pregunté esperanzado por una respuesta positiva.

    —No lo sé, será cosa de ir y averiguarlo.

    —Bien —respondí—. Ahora vistámonos.

    Abrí la escotilla de mi estómago, revelando la vieja mochila que usábamos para guardar nuestra ropa. Gregory la sacó de mi pecho e inmediatamente sacó un suéter extremadamente grande y uno más pequeño junto a unos pantalones igualmente anchos.

    —Cámbiate rápido, Freddy. Yo vigilo que no venga nadie.

    Sin perder más tiempo, decidí ocultarme detrás de unos contenedores de basura vistiéndome con ese gran suéter y los pantalones. Gracias a la capucha pude cubrí la mitad de mi rostro, así no era tan reconocible y podría pasar desapercibido ante la gente.
Mis pies eran tan grandes que unos zapatos humanos no eran capaces de camuflarlos, el largo del pantalón ayudaba a cubrirlos a la perfección.

    Un par de minutos después llegó Gregory a mi ubicación, se había puesto el mismo suéter color azul marino que llevaba utilizando desde hace una semana. Sus zapatillas rojas estaba sucias y con raspones. Afortunadamente, su higiene corporal era buena, tomó una corta ducha ayer por la tarde en un gimnasio donde consiguió colarse con mi ayuda.

    —¿Listo? —pregunta.

    —Listo.

    Salimos del callejón sin ningún inconveniente. Era una mañana fresca y nublada, la lluvia se pronosticaba para esta misma noche a las 9:00 p. m. No tenía la más mínima idea de cómo podríamos evitarla. Aún no tenemos un lugar fijo para quedarnos, Gregory corría el peligro de enfermar gravemente si se exponían al frío y la llovizna, su delgado suéter de algodón no era suficiente como para abrigarlo, ni siquiera pantalones nos podemos permitir.

    Recuerdo perfectamente la vez que Gregory robó nuestra ropa de la lavandería, lo reprendí después de haberlo visto cometer ese terrible acto. Pero con los días comprendí que si no se hubiese arriesgado, en este momento la policía nos habría encontrado. Él me explicó que personas como nosotros teníamos una necesidad más urgente que la de las personas que van a la lavandería todos los días.

    ¿Esto estaba bien? ¿Sería correcto seguir mi código moral aunque fuese en una situación de emergencia? ¿Siquiera al dueño de la ropa le importó la desaparición de sus 3 prendas?

    Intento autoconvencerme de que todo esto era por nuestro bien. Permito que Gregory robe cosas por su bienestar, sin embargo, no es la forma en la que me gustaría criarlo.

    Este sentimiento de impotencia es lo que me hace sentir inútil, devastado.
No soy capaz de darle una vida digna a este niño. No puedo cuidar ni de mí mismo sin tener que depender de sus cuidados.

    ¿Era yo quien proteje a Gregory? ¿Acaso soy una carga para él?

    ¿En verdad.... me necesita?

    —¡Freddy, ya casi llegamos! ¡Y mira, está abierto!

    Gregory se soltó de mi brazo y se adentró al salón del comedor. Lo seguí con la mirada mientras me quedé a esperarlo en las puertas, sin olvidar cubrir mi rostro con la capucha. Muy entusiasmado, tomó un par de manzanas que reposaban en unas cestas y me las enseñó con alegría pura.

    Aquellas eran su fruta favorita.

    Su rostro lleno de felicidad hace que mis más profundas preocupaciones desaparezcan en un santiamén. Daría lo que fuera por ver siempre esa sonrisa.

El Dilema De Freddy FazbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora