OLIVER
8 de diciembre
Era diciembre y la ciudad dejaba evidencia de ello. La Navidad estaba a la vuelta de la esquina y su espíritu se filtraba por los rincones más oscuros. Los parques se teñían de blanco, la gente se envolvía en feos suéteres tejidos a mano y las casas se adornaban de finos decorados llamativos.
Esta época del año me atormentaba seguido, y no solo en diciembre. Durante mucho tiempo me propuse odiarla, pero siempre era en vano. Siempre había algo de la Navidad que lograba sacarme una sonrisa. No se si eran las múltiples funciones de El Cascanueces o la manera en la que se empeñaban los centros comerciales en decorar sus fachadas. La Navidad poseía algo que te evitaba despreciarla. Así que paso de recordarme a tiempos oscuros a tiempos un poco más alegres. Sobre todo porque Starbucks agregaba el Caramel Brulée Latte a su menú especial navideño.
La Navidad llegaba todos los años sin falta y yo la esperaba con ansias. Al punto de hasta tachar los días que faltaban para diciembre en el calendario detrás de la puerta de mi habitación. Mi trabajo florecía más que nunca durante esta temporada, y siempre resultaba un reto para mí explicar porqué.
Porque por algún motivo Navidad era la época en la que la gente más se enamoraba.
El amor era el combustible de mi trabajo y el trabajo me mantenía a flote de alguna manera. Así que podría decirse que estoy en buenos términos con la Navidad y el amor.
Me adentré en el Parque Walsh detrás de la pareja, manteniendo una distancia prudente mientras ellos avanzaban tomados del brazo y no eran tocados ni rozados por los peatones a su alrededor. Mientras que a mi me golpearon de todas las maneras posibles y la corriente me arrastró a las rejas de la salida sin piedad.
No me di por vencido y mantuve los hombros firmes, buscando la manera de pasar entre la gente.
El sendero aún no mostraba señales de copos de nieve y sobre él descansaban algunas hojas secas que sobraron del otoño. Pasé frente a una plataforma al costado del camino y vi como un hombre ayudaba a unas mujeres a subir sobre el escenario algunas partituras. El coro por fin comenzaba a prepararse, bravo.
Prestar atención a mi alrededor no me impidió perder de vista a mi objetivo, centrado a solo unos cuantos metros de distancia. La pareja protagonista destacaba entre toda la multitud concentrada en uno de los miles caminos de hormigón del Parque Walsh.
A la vez que remaba con los hombros, mi mente y mi mano trabajaban en conjunto para crear la historia perfecta. Mi cabeza no paraba de crear pensamientos y diálogos que mi mano plasmaba en mi libreta al segundo de pensarlos.
Betty, la chica pelirroja, se encontraba aferrada al brazo de James cuando ella se asustó por un trueno que trazó el cielo y sacudió las copas de los árboles. Ambos rieron con inocencia y siguieron su camino. Los seguí de cerca.
La alegría se sentía en el aire porque la pareja estaba pasando, porque ellos eran los protagonistas de su propia historia. De la historia de Betty precisamente.
Mi mano no se durmió ni en la mínima oportunidad y siguió escribiendo como si fuese una máquina. No los solté ni un minuto con la mirada y quise saber como es que hice para no dejarme arrastrar por la multitud de padres que rodeaban a un grupo de "elfos" que le contaban chistes y adivinanzas a niños pequeños sentados en sillas de plástico rojas.
James y Betty se detuvieron. Y no porque lo haya escrito.
Con un poco de duda me detuve yo también y los observé entre la masa de bufandas cuadrille y gorros algodonados. Mi mente elaboró el antepenúltimo párrafo de su historia y mi mano se ocupó del resto. Betty y James iban actuando acorde a lo que mi pluma dictaba. Su historia estaba a dos párrafos de concluir.
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La Sociedad de los Corazones Rotos
Teen FictionOliver se ve obligado a aceptar una propuesta de trabajo irrechazable luego de que su historia le disgustara a su minuciosa jefa. Con horror contempla que deberá escribir sobre la simpática chica que conoció esa noche en La Odisea. La chica simpáti...