ARLIE
8 de diciembre
-No puedo esperar a que nieva.
-Yo tampoco -masculló Abby, paseando distraídamente la mirada con las manos en los bolsillos. Su celular había dejado de sonar solo porque lo había silenciado. Luego aplaudió sonoramente, no pude evitar dar un brinco-. Bien, déjame acompañarte.
-¿Qué?
-¿No creerás que voy a dejarte caminar por el parque Walsh sola, verdad? Mucho menos después de lo que te acaba de pasar.
-Tomaré otro camino -dije encontrando una solución. Aunque, la verdad, considerando que estaba corta de tiempo para llegar a tiempo a La Odisea y el único camino que conocía era el que atravesaba el parque, no estaba en condiciones de lanzarme como exploradora.
-A tu tía no le gusta que cambies de ruta -me di una paliza mental porque estaba en lo correcto-. Además, tu trabajo queda cruzando el parque.
-Puedo bordear el parque.
-Si haces eso, deberás cruzar en algún momento la avenida que está del otro lado del parque. Sola -agregó, haciendo énfasis en la palabra. Sospechaba que la preocupación de Abby surgía a raíz de las amenazas de mi tía para cuidarme la mayor parte del tiempo-. Así que me quedaré hasta que termine tu turno y te llevaré a casa.
Con tal de no ver a su madre y cuidarme a mí, Abby era capaz de todo.
Inhalé, exhale y ladeé la cabeza. Exasperada.
-Bien -cedí al fin. Abby reprimió una sonrisa y caminó adentrándose en el parque, pero yo me quedé atrás y le grité:-. Pero llama y avisa que llegarás un rato tarde. Sabes como se pone tu madre.
Un poco dubitativa, sacó su teléfono y marcó el número de su madre, quién contestó al instante. Abby se asustó de su rapidez y casi dejó caer su celular.
-Que agradable manera de preguntar por tu hija. Sí, perdón. Estaba ocupada -alegó, pateando inconscientemente las piedritas al costado del camino-. Escucha, llegaré un poco... ¡Mamá, relájate por el amor de Dios!
Abby levantó la mirada al cielo y se apretó el puente de su nariz, evidentemente irritada de la voz de su madre, la cual llegaba hasta donde yo estaba parada. La comprendía: la señora Olsen nunca fue agradable, al menos desde que la conocía. Siempre con una verruga intimidante en el pómulo izquierdo y sus escrutadores ojos color zafiro.
Aproveché los breves segundos en los que Abby le gritó al celular para emprender mi camino sola a través del parque. Conociendo a las Olsen, estarían un buen rato sacando a relucir los defectos de la otra y no podía esperar ni un minuto más.
-¿Qué tiene que ver un jarrón egipcio en esto? ¡Ya veo! ¡Me quieres echar la culpa...!
Sus palabras se fueron apagando conforme me mezclé entre la gente. Uno que otro niño se me quedó viendo y señalando con admiración, teniendo en cuenta que me faltaba la peluca para completar el disfraz de duende ayudante de Santa. Les regalé una sonrisa amable a todos con los que crucé miradas.
-¡Arlie! -gritó una voz conocida. En seguida volteé a mi derecha para encontrarme con el señor y la señora Whitburn, ambos dentro de su usual puesto de feria todavía en proceso de construcción-. ¡Tenemos tu pedido!
Me encaminé a su puesto con una sonrisa de oreja a oreja con un poco de prisa.
Los Whitburn eran mis humildes vecinos de piso. Atentos, cariñosos y queridos por todos en el edificio. Su hija, Willow, incluso fue mi compañera de clase durante toda la primaria, aquella castaña era todo un ovillo de sarcasmo e introversión.
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La Sociedad de los Corazones Rotos
Teen FictionOliver se ve obligado a aceptar una propuesta de trabajo irrechazable luego de que su historia le disgustara a su minuciosa jefa. Con horror contempla que deberá escribir sobre la simpática chica que conoció esa noche en La Odisea. La chica simpáti...