La fecha

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La noche se abría paso lentamente por el cielo, arropando al manto de estrellas con una gélida caricia traída desde el mar. Los árboles del bosque, a pesar de estar acostumbrados al frío y de permanecer juntos para mantener el calor, se estremecieron cuando la Luna apareció en lo alto del firmamento. Tal vez fuera por la especial bajada de temperatura que hubo, o tal vez fuera porque sabían que se acercaba la fecha.

Entre los gruesos troncos de los abetos, algunos animales se refugiaban del frío y la nieve ocultándose en sus cálidas y acogedoras madrigueras. Un conejo se dirigía hacia su hogar, pero el crujido de una rama en la cercanía hizo que se detuviera en seco y prestara atención a todo el entorno que le rodeaba. Una enorme figura se lanzó hacia la indefensa criatura a gran velocidad. El animal echó a correr tanto como sus patas le permitieron, pero aquello las tenía más largas. No tenía escapatoria. Lo terminó atrapando. Y tan pronto como lo hizo apenas tardó en arrancarle la yugular.

La sábana nívea que cubría el suelo se tiñó de rojo, con algunas flores que soportaban el frío siendo regadas con la sangre del conejo, absorbiendo sus nutrientes tan pronto el líquido penetraba en el congelado suelo.

Aquello emitió un espantoso rugido hecho de risas, similar al llanto de una hiena. Los árboles temblaron, pues descubrieron con horror que estaban en lo cierto. La fecha había llegado.

A la mañana siguiente, un par de cazadores ataviados completamente con anoraks se adentraron en el bosque, hallando la espantosa escena tras unos arbustos. Mientras que la cabeza del animalillo se encontraba intacta, a excepción de sus ojos, los cuales habían sido extraídos, no se podía decir lo mismo del cuerpo, el cual estaba a unos dos metros de distancia. Quedaban solo los huesos y el pelaje, el cual fue arrancado.

—Parece que ya han vuelto... —dijo uno de ellos, mirando la cabeza del conejo.

—Encima se están volviendo exquisitos, los muy... —continuó otro, señalando el pelaje de la criatura.

Ambos se quedaron en silencio por unos segundos.

—Hay que volver y avisar a todo el pueblo. ¡Que los niños no salgan por la noche! Tenemos que prepararnos para iluminar toda Saranik... —mientras decía eso, agarró la cabeza del animal con cuidado y la enterró bajo la nieve— Que tu alma vuelva a la tierra de donde vino a la par que las lombrices y plantas retiran tu antiguo cuerpo...

Su compañero se arrodilló a su lado con los ojos cerrados, compartiendo el sentimiento del primero.

En Saranik, mientras tanto, la gente se encontraba haciendo sus tareas con una tranquilidad reconocible solo de los pueblos lejanos a la civilización, pero no por ello lo hacían todo con parsimonia.

Los niños estaban jugando, corriendo de un lado a otro de la plaza central. Mientras, los adultos realizaban distintas tareas. Algunos estaban preparando pan recién salido del horno. Otros, se iban al norte, donde había un riachuelo, para recoger agua potable y pescar. Unos cuantos se encontraban volviendo del sur, donde estaba la ciudad de Nuna a medio día a pie.

La posición geográfica de Saranik era un tanto especial, ya que se situaba al caer de la gran Cordillera de Qanik, en el lado oeste de la misma. Más al oeste se encontraba el enorme Bosque Ijiraq, el cual podías tardar más de medio día en cruzarlo, siguiendo el camino, para llegar a la ciudad portuaria de Qailertetang. Al norte había un pequeño riachuelo que rezumaba una montaña de la cordillera y que, aunque se podía cruzar, era peligroso hacerlo. Hacia el sur solo había pradera, por lo que podías seguir caminando sin problema hasta toparte con un río y, si seguías la corriente, podías encontrarte con la ciudad de Nuna, al otro lado del lago.

Los niños se acercaron a la casa donde estaban haciendo pan, olisqueando con curiosidad y hambre el ambiente.

—¡Huele de maravilla! —gritó uno al que le faltaba un diente.

#ProyectoAurora❄ Capítulo 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora